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Apenas han transcurrido nueve jornadas y esto tiene mala pinta. Muy mala. El Mallorca ha entrado en barrena y no se adivina la salida del laberinto a miles de kilómetros a la redonda. Ni con Floro. Ni con Llompart. Ni siquiera la hipotética llegada de Héctor Cúper se antoja como el antídoto a la peor crisis balear desde su regreso a la nobleza hace siete años. En una tarde lúgubre, en medio de un desierto de fútbol, el Mallorca comenzó nadando contracorriente, llegó a la orilla con un punto en su mochila, después de un brote de rabia por la expulsión de Niño, pero se tiró a la yugular de su rival y descubrió el agujero negro de su defensa. Benayoun aprovechó la inesperada cortesía para dejar al Mallorca en el fondo del barranco y encender las primeras alarmas (1-2).

La pizarra de Alcaraz no admite confusiones: orden desde atrás, fundamentos defensivos sólidos y salida fulminante a la contra. El Mallorca de desintegró con la fórmula en 45 minutos infumables, un primer tiempo en los que el grupo balear se arriesgó a la humillación de una goleada. Para no perder la costumbre, el Mallorca abrió el encuentro languido y despistado. Cuando abrió los ojos, Pedro López ya había firmado el primero. Fue en una jugada de verbena que inició Regueiro con un centro a nadie. Nadal prolongó en su intento de despeje, Pedro López recogió el rechace mientras Poli buscaba la brújula para orientarse y sacó a paseo su diestra con un toque de seda con el exterior que durmió en la escuadra de Moyà (min. 2). Los jugadores tiraron a la basura el guión que repartió Tomeu Llompart en el vestuario y reescribieron una nueva versión.

Sin tiempo para entrar en calor, sin tiempo para notar la mano de Llompart, que apostó de nuevo con dos puntas, sin tiempo para transmitir optimismo a una grada semidesnuda, la tarde comenzaba cuesta arriba antes de lo previsto.

El Mallorca no tardó en responder al gol. A los cuatro minutos Jesús Perera recibió de Arango, pisó terreno enemigo y cruzó ante Aouate. Fue un espejismo porque el dueño de la tarde era el Racing. La atosigante presión sobre Pereyra y la siesta de Farinós, que se pasó todo el partido en el limbo, establecía un cortocircuito considerable en la creación, agravado por la dificultad de Jorge López para progresar por su banda. El riojano se empeñó en frenar la velocidad del juego con sus estériles recortes y sus centros con la zurda a tierra de nadie. Las huestes de Llompart jugaban a varias millas del marco del portero cántabro y las ocasiones apenas aparecieron.

En medio de un bostezo perpetuo, con el Mallorca como un juguete roto en manos de un niño, el Racing hizo méritos para clausurar el partido. Primero a la media hora, en una contra del Mallorca, en un intento mejor dicho. Farinós ralentizó la jugada de ataque y propició la del Racing. Aganzo agradeció el detalle, encaró a Moyà, que rechazó en primera instancia; el balón le cayó de nuevo al delantero racinguista, que disparó escorado al poste. Los aficionados reprobaron el lamentable espectáculo y el ambiente se crispó. Minutos después, Aganzo se entretuvo en el área y con el descanso en el horizonte, el árbitro no señaló un clarísimo derribo de Moyà al delantero dentro del área.

El segundo tiempo nació con un brote de rabia doméstico. El Mallorca estiró sus líneas y apretó al Racing con más coraje que fútbol, más rabia que talento. La tarde se había aclarado...pero Niño lo estropeó todo. El andaluz arrolló a Benayoun y recibió el merecido castigo de la expulsión. En los tramos más negros, con parte de la grada buscando el refugio casero, el Mallorca tomó aire. Fue tras un centro desde la izquierda de Arango, un rechace de Juanma y un empalme de Jorge López (min. 79). El equipo creyó en la remontada y se volcó en terreno enemigo con todo el batallón. Demasiados riesgos. Moyà taponó un mano a mano a Morán en el descuento, pero no pudo con un disparo de Benayoun (min. 92) que clausuró la tarde.