En una temporada que ha servido para consagrar en el octavo de
litro a un Andrea Dovizioso que reclamaba a gritos un título que
hasta hace unas semanas se le resistía, ha emergido la figura de un
piloto que en pocos meses ha hecho de su modesta Derbi una
referencia en el Mundial y de su peculiar estilo de pilotaje tema
de conversación. Para muchos, Jorge Lorenzo arriesga en exceso y
pone en peligro la intengridad de sus compañeros. Pero sin el
mallorquín, el Campeonato del Mundo de 125 no sería lo mismo.
Sus vertiginosos adelantamientos por el exterior, su picardía
cuando se forma un grupo en cabeza y su excelente capacidad de
maniobra cuando las cosas se ponen difíciles, le llevaron a ser el
piloto español más joven en ganar un Gran Premio, y le van a
convertir en una de las sensaciones del cuarto de litro. Jorge se
ha ganado a pulso el cariño de los aficionados. Gracias a él, Derbi
y Caja Madrid han formado un binomio letal dentro de la élite del
motociclismo. Giampiero Sacchi apostó fuerte por Jorge cuando
apenas contaba con quince años, y le ha salido bien. Su progresión
ha resultado espectacular.
Sólo faltó rematar en Cheste. Allí logró su primer podio
oficial, pero cuando tenía a mano el subcampeonato mundial, perdió
el control sobre la rueda delantera y acabó sobre la gravilla. Lo
tenía todo a su favor. Sólo Barberá ponía en jaque a su Derbi y el
segundo lugar del podio parecía estar en su mano. Pero el destino,
ése que le ha privado de alcanzar algo más que la cuarta plaza en
la general, le puso una nueva zancadilla que no desmerece una
temporada para los anales. Lorenzo ha hecho historia, totalizando
tres victorias (Assen, Brno y Qatar), una segunda posición en
Australia y tres terceros puestos (Le Mans, Estoril y Donington
Park), y dos pole position (Montmeló y Qatar).
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