Compiten en el mismo torneo, portan los mismos galones, pero
demasiadas cosas separan en estos momentos a Valencia y Mallorca.
Es esta una Liga de dos velocidades, donde conviven grandes
potencias con equipos predestinados a mal vivir. Después de
desfilar por Mestalla, la escuadra balear tiene más claro que nunca
cual es su sino. El último partido del año acabó siendo un
incompleto ejercicio de resistencia, un monólogo valenciano que
acabó dejando malherido al equipo de Cúper. Llevaba tiempo el
Mallorca sin cerrar un primer tiempo sin mácula alguna en su
portería, pero fue algo casual, un apunte sin trascendencia en el
balance final. Todo saltó por los aires a los pocos segundos de la
reanudación, después de que Albelda rematara con potencia un
servicio de Vicente (1-0). Ahí se acabó el partido. Ahí murió el
conjunto bermellón, que nunca expuso argumentos para alterar el
tiempo del partido. El primer golpe serio de los valencianos fue el
preludio de un paseo militar. Una humillación futbolística que
rescató viejos fantasmas.
Vivió el Mallorca atrincherado durante todo el primer acto.
Cedió el balón a su adversario y se empeñó en cerrar todas las
grutas de acceso hacia el área de Prats. Lo consiguió a medias.
Aimar y Baraja, por ejemplo, se enredaron una y otra vez en la tela
de araña que tejió la escuadra balear en la sala de máquinas.
Farinós, Pereyra y el propio Arango poblaron de minas el radio de
acción de los futbolistas más creativos del Valencia. Por los
flancos, Jonás Gutiérrez y Tuni también apretaron los dientes,
entre otras cosas, porque por ahí circulaban Vicente, Miguel o el
propio Angulo. Se trataba de echar un cable a David Cortés y al
propio Maciel, a quien Cúper ubicó en el lateral izquierdo. El
Mallorca ejecutó con rigor su trabajo defensivo. Su despliegue
físico resultó enorme, emotivo a ratos, aunque eso implicó que
renunciara por completo a mirar la portería rival.
El partido quedó metido desde su crepúsculo en un copioso
escenario: el Valencia manejaba el balón, el Mallorca sólo
defendía, esperaba. A balón parado, Vicente y Baraja sembraron el
pánico, pero no hubo mucho más. Lo intentó Villa, aunque nada
insoluble para Prats. Eso si, el encuentro era de una sola
dirección. El terreno de juego parecía haberse inclinado. El
Mallorca había llegado a Mestalla con la tímida intención de montar
algún contragolpe, pero nunca lo consiguió. Jonás intentó alguna
carrera por el flanco derecho, pero cuando lograba avanzar unos
metros, levantaba la cabeza y el paisaje era desolador. Nadie a
quien tirar un centro. De hecho, el bagaje ofensivo del conjunto
bermellón durante el primer tiempo fue anecdótico, una broma de mal
gusto. Todo empezó y acabó con un disparo lejano de Farinós que
apenas inquietó a Cañizares, inédito durante toda la velada.
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