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Miguel Luengo|MELBOURNE
El suizo Roger Federer no lució la magia de sus anteriores grandes victorias, ni tampoco su mejor discurso en la entrega de trofeos, donde lloró como un niño tras recibir la copa de campeón de manos del mítico australiano Rod Laver, pero su tenis fue suficiente para ganar por segunda vez el Open de Australia. Federer mantuvo inmaculada su marca en el Grand Slam al superar al chipriota Marcos Baghdatis por 5-7, 7-5, 6-0 y 6-2 en dos horas y 46 minutos, y apuntarse así su séptimo título de los denominados grandes, y el tercero consecutivo.

El helvético no ha dejado escapar ni uno solo de estos en todas las finales en las que ha participado desde que logró su primer Wimbledon en 2003. El de ayer fue el título 35 de su carrera, segundo este año tras vencer en Doha, que le supuso un cheque por 744.000 euros (unos 900.000 dólares). El mítico Rod Laver, único ganador en dos ocasiones del Grand Slam, en 1962 y 1969, entregó el trofeo al suizo, quien apenas logró controlar sus emociones y rompió a llorar como cuando se apuntó el primero de sus tres Wimbledon.

«No sé qué decir», balbuceó tras casi un minuto de silencio, «quiero felicitar a Marcos y ojalá comprendan lo que significa esto para mí», dijo llorando, «todo sale ahora, pero quiero agradecer esto a los aficionados porque sin vosotros no hubiera sido igual, y a Rod Laver por entregarme el trofeo». Para Baghdatis su primer discurso con la bandeja de subcampeón de un Grand Slam en las manos fue más espontáneo.