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Rafael Nadal sólo ha llorado dos veces en una pista de tenis. La primera fue la central de Roland Garros instantes antes de levantar la Copa de los Mosqueteros. La segunda, el pasado sábado tras deshacerse de Roger Federer en la final del Torneo de Dubai. Un dato que evidencia la importancia que el tenista mallorquín le ha dado al triunfo en los Emiratos Àrabes. Pese a su buen inicio de curso, Nadal es consciente de que sus opciones de ser este año número uno del mundo son reducidas. El objetivo todavía no es subir al trono de la ATP, aunque el gran duelo tenístico de esta década no ha hecho más que comenzar. Los Federer-Nadal amenazan con convertirse en un clásico.

El tenis moderno está marcado por duelos ilustres. Lendl y Becker protagonizaron un sinfín de partidos a finales de los ochenta y comienzos de los noventa. El checo era el número uno, pero el alemán contaba con más respaldo entre los aficionados. Sampras y Agassi les tomaron el relevo. Pete fue el mejor del circuito, aunque la grada siempre sintió un mayor aprecio por Andre. El guión parece repetirse en la actualidad. Roger Federer manda con autoridad en el circuito, pero Rafael Nadal es el gran fenómeno del deporte de la raqueta.

Perseguido por las adolescentes y admirado por los chicos, el jugador de Manacor no quiere conformarse con el papel de actor secundario. Ser el número dos del mundo con 19 años es un logro importante, pero la ambición del balear todavía no se ha saciado. Rafael Nadal es ambicioso, pero no ha perdido el contacto con la realidad y es consciente de que este año es prácticamente imposible ser el número uno del mundo si Federer no se lesiona. Las molestias en el pie izquierdo le impidieron participar en el Open de Australia y la ventaja del suizo se ha incrementado. Los 1.000 puntos que se adjudicó el helvético en Melbourne van a ser difíciles de recuperar.