De hecho, lo hubiera conseguido de no haber sido por una
escandalosa decisión arbitral que marcó el desarrollo del
encuentro. Después de todo lo que se había hablado durante la
semana y de las acaloradas declaraciones de Javier Clemente, el
árbitro volvió a ser el triste protagonista de la función. Sin
embargo, el calendario aprieta y no habrá mucho tiempo para las
lamentaciones. Sobre todo porque se avecina una nueva final
(1-1).
La historia del partido empezó a redactarse en un primer tiempo
caótico en el que pasó de todo. La cita despertó entre tinieblas y
el Athletic, transportado por una afición entregada, le metió el
miedo en el cuerpo al Mallorca, que todavía se estaba desperezando
cuando recibió la primera puñalada de la tarde. Yeste, que pese a
su intermitencia es el corazón y el alma del equipo vasco,
aprovechó un rechace furtivo en el interior del área para presumir
de su clase y activar el marcador de La Catedral. No se habían
cumplido aún los dos primeros minutos y los de Manzano ya navegaban
a contracorriente.
Daba la sensación de que el gol, tan doloroso como inesperado,
iba a mandar al Mallorca a la lona, pero teniendo en cuenta lo que
sucedió después, resultó casi una bendición para el conjunto
isleño. El Athletic se sintió fuerte y capacitado y optó por
reducir la marcha para no desgastarse. Los baleares, que no habían
alterado su propuesta pese a los imprevistos, se fueron metiendo
poquito a poco en el encuentro y tomaron el círculo central
mientras ganaban metros en dirección a Lafuente. Pese a lo que el
marcador delataba, el choque empezaba a inclinarse hacia el costado
contrario y por si fuera poco, el Athletic comenzaba a ser víctima
de un infortunio que le condenó a consumir sus tres cambios antes
del descanso. El primero en caer fue Luis Prieto, que se salió del
partido en la antesala del gol del empate.
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