Gurpegi y Lafuente chocan en presencia de Pisculichi durante el partido de ayer. Foto: RICARDO ORDÓÑEZ

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De hecho, lo hubiera conseguido de no haber sido por una escandalosa decisión arbitral que marcó el desarrollo del encuentro. Después de todo lo que se había hablado durante la semana y de las acaloradas declaraciones de Javier Clemente, el árbitro volvió a ser el triste protagonista de la función. Sin embargo, el calendario aprieta y no habrá mucho tiempo para las lamentaciones. Sobre todo porque se avecina una nueva final (1-1).

La historia del partido empezó a redactarse en un primer tiempo caótico en el que pasó de todo. La cita despertó entre tinieblas y el Athletic, transportado por una afición entregada, le metió el miedo en el cuerpo al Mallorca, que todavía se estaba desperezando cuando recibió la primera puñalada de la tarde. Yeste, que pese a su intermitencia es el corazón y el alma del equipo vasco, aprovechó un rechace furtivo en el interior del área para presumir de su clase y activar el marcador de La Catedral. No se habían cumplido aún los dos primeros minutos y los de Manzano ya navegaban a contracorriente.

Daba la sensación de que el gol, tan doloroso como inesperado, iba a mandar al Mallorca a la lona, pero teniendo en cuenta lo que sucedió después, resultó casi una bendición para el conjunto isleño. El Athletic se sintió fuerte y capacitado y optó por reducir la marcha para no desgastarse. Los baleares, que no habían alterado su propuesta pese a los imprevistos, se fueron metiendo poquito a poco en el encuentro y tomaron el círculo central mientras ganaban metros en dirección a Lafuente. Pese a lo que el marcador delataba, el choque empezaba a inclinarse hacia el costado contrario y por si fuera poco, el Athletic comenzaba a ser víctima de un infortunio que le condenó a consumir sus tres cambios antes del descanso. El primero en caer fue Luis Prieto, que se salió del partido en la antesala del gol del empate.