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Javier Muñoz|BERLIN

Italia volvió a sacar el mayor fruto de su capacidad de sufrimiento ante una selección francesa que hizo méritos para el triunfo pero al final vio empañada su actuación por la expulsión del capitán Zinedine Zidane en una agresión a Materazzi que empañó su despedida como profesional. Más emoción no se le pudo pedir al comienzo del partido. Antes del minuto de juego Thierry Henry chocó en el centro del campo con el capitán italiano Fabio Cannavaro y el delantero del Arsenal quedó conmocionado unos minutos. Todo quedó en un susto y volvió al campo.

El juego se reanudó y acto seguido la primera tarjeta al italiano Zambrotta por arrollar como una locomotora a Gallas. En esta sucesión de sobresaltos llegó el penalti claro de Materazzi, que desplazó a Malouda dentro del área. Zizou se hizo enseguida con el balón dorado, lo acarició, lo colocó y con la misma ternura sorprendió a todos, desde luego a Buffon también, al lanzarlo con «paradinha», al suave estilo Panenka.

Fue el instante más largo del encuentro. La pelota se elevó, dio en el larguero y botó claramente por dentro de la línea. El capitán se quedó mirando, trémulo, la trayectoria del esférico hasta que respiró tranquilo. Francia sigue infalible en los Mundiales desde el punto fatídico, pero la ejecución del de ayer provocó un sudor frío en sus seguidores. Este gol, tan tempranero y en una final, descompone a cualquiera, menos a Italia. Con el empuje acostumbrado, Gattuso, Perrotta y Pirlo se hicieron fuertes en la zona ancha y comenzaron a dar juego por las bandas a Grosso y Camoranesi.