Roger Federer, junto a Rafael Nadal, observa el trofeo que le acredita como ganador de Wimbledon

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Amador Pons (Londres)
Eran los peores elementos posibles. En Wimbledon, contra Federer, sobre hierba. Nada favorecía a Rafael Nadal. Todo estaba en contra. Aún así, tuvo el mallorquín un comportamiento extraordinario, incluso tuvo una oportunidad. Ganó Roger Federer su cuarto título consecutivo en el All England Club, pero tuvo más problemas de los esperados (6-0, 7-6, 6-7 y 6-3, en dos horas y 50 minutos). El suizo sigue siendo el mejor tenista sobre el césped londinense, pero el balear ha protagonizado una mejoría extraordinaria. Ya no es una utopía que gane Wimbledon. Será dentro de poco.

Necesitaba Rafael Nadal que el partido fuera igualado. Que los sentimientos se apoderaran del encuentro. Y que Roger Federer padeciera la exigencia de tener que ganar por su condición de favorito sobre hierba. El suizo lo sabía y saltó a la pista central como una apisonadora. El primer set se decidió en un abrir y cerrar de ojos. El mallorquín no se había dado cuenta de que había empezado el partido y ya había encajado un 6-0.

Federer tenía clara la táctica. Le jugaba todas las pelotas al revés. No quería ver la derecha de Nadal y cuando éste conseguía conectar su mejor golpe, terminaba volviéndose loco con el revés cortado del suizo. En los intercambios todas las imprecisiones eran baleares y el porcentaje de acierto del primer servicio del helvético (93%, metió 14 de los 15 saques que lanzó) era increíble.