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El Mallorca está otra vez en el aire. El equipo que dirige Gregorio Manzano ha vuelto a subirse a la ola más grande del campeonato gracias a una de esas actuaciones mágicas que marcan la travesía de un grupo y atrapan a los aficionados. Los baleares, que en sólo noventa minutos atravesaron por todos los estados de ánimo posibles, forraron su autoestima a base de juego y goles, pero también de coraje, mucho coraje. El conjunto rojillo despertó sedado, se levantó a medida que se adentraba en la noche y pasó de redactar el primer tiempo más mustio del curso a ejecutar una tromba de fútbol tras el descanso. Al final, remontada, juerga en las gradas y una recompensa moral en forma de pasaporte europeo (4-2).

Al bipolar once isleño le costó adaptarse al formato intersemanal de la jornada. Con muchas caras nuevas en sus filas y la tensión de los últimos días acumulada en las piernas, la escuadra mallorquinista se encontró rápidamente acorralada. El Valladolid, que había pasado los cinco primeros minutos en el interior de la cueva, apareció de forma súbita en el partido y lo hizo con las hechuras de un grande, hiriendo de gravedad a su enemigo y golpeándole de lleno en la línea de flotación. Ogbeche, un jugador de segunda fila que hasta ayer había interpretado un papel secundario en el proyecto vallisoletano, se asoció con Cifu para rebañar una pelota dividida en la frontal y se revolvió con un derechazo impecable que le cortó la respiración al ONO Estadi. El partido estaba todavía descongelándose y al Mallorca ya se le acumulaba el trabajo.

El gol sumió a los locales en el caos más absoluto. A Basinas le costaba abrirse paso entre la maleza blanquivioleta y a la defensa le temblaban las piernas cada vez que uno de los soldados de Mendilibar cruzaba la frontera del centro del campo. Sobre todo, si el que lo hacía era Fabián Estoyanoff. Habría que repasar los archivos del torneo, pero es muy probable que el primer tiempo que cuajó anoche el eléctrico centrocampista uruguayo fuera el más completo desde su llegada al Viejo Continente. La situación se fue complicando y llegó a ser tan crítica que, a los diecisiete minutos, la grada oficializó sus protestas con una enorme pitada que vino acompañada del segundo puyazo pucelano. Ogbeche dispara, Moyà repele y Víctor Fernández acribilla (minuto 25). El marcador volvía a actualizarse de forma alarmante y el Mallorca, pese a su voluntad, se ahogaba sin remedio. Poco a poco, las quejas se fueron personalizando y se centraron principalmente en Juan Arango, que, como el resto de sus compañeros, se fue a la caseta con la cabeza agachada y la mirada perdida.

En el descanso nadie podía intuir lo que se avecinaba. Manzano se encerró con los suyos en el vestuario y a su salida, el equipo apareció embutido en un disfraz totalmente nuevo. El terreno de juego se inclinó en dirección a Butelle y Nunes, en una jugada que había ensayado justo antes, le devolvió el pulso al grupo. A continuación, Güiza allanó el camino con un proyectil que salió junto al palo y sin apenas tiempo para digerir lo que estaba ocurriendo, Arango culminaba un envío del jerezano que la propia defensa visitante introduciría en la portería. Lo más complicado estaba hecho, sólo faltaba que el milagro cristalizara...

El Valladolid se deprimió, aunque supo gestionar bien la crisis y sujetó como pudo al Mallorca en su éxtasis particular. Sin embargo, la tranquilidad no duró demasiado. David Navarro, que en su debut acreditó que el juego aéreo es una de sus especialidades, volvió a marcar el territorio (minuto 58) y seis minutos más tarde, Víctor fusilaba a Butelle, que ya no daba para más. El de Algaida seguía nublado, pero el propio fútbol premiaría su empeño un poco más tarde. Y de qué manera. El mallorquín se empecinó en meter la pierna entre varios jugadores del Valladolid y puso el estadio boca abajo con el tercer tanto (minuto 83). Los pucelanos hicieron entonces un último intento por rahabilitarse, pero los insulares ya volaban. Con la fiesta desatada, los de Manzano se encontraron con el contragolpe soñado y redondearon la faena con un resultado mágico. Ahora, que pase el siguiente.