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La víspera de Sant Antoni será recordada durante años como la gran noche de Miquel Àngel Moyà. Por muchas razones. En algo más de noventa minutos, el portero del Mallorca clavó la bandera rojinegra en uno de los escenarios más exquisitos del planeta fútbol, interpretó la actuación más dulce de su vida y redactó una de esas veladas que se instalan en el corazón de los aficionados. Es el héroe del vestuario, el nuevo icono de una hinchada que ha rescatado una pizca de la ilusión que había ido perdiendo por el camino.

En plena resaca de la jornada, con sus fotografías inundando los principales diarios nacionales y sus paradas repitiéndose una y otra vez en los informativos, Sant Miquel Àngel bajó a la tierra y repasó unas imágenes que le acompañarán durante toda su carrera. Él se empeña en distribuir el mérito de forma equitativa, pero la Copa sigue llena gracias a sus guantes, a sus reflejos, a sus movimientos. Hay portero y hay objetivo. ¿Alguien lo duda?

Moyà vivió un día de lo más ajetreado. No había dormido demasiado y tras madrugar para coger el avión de vuelta a casa le tocaba volver al campo. Lo hacía sin los focos que le iluminaban unas horas antes y con apenas una docena de periodistas en las gradas, pero con la sonrisa dibujada en el rostro.