E.P. |MADRID
El mundo del ajedrez dijo ayer adiós al estadounidense Bobby Fischer, para los expertos, el mayor talento de la historia del tablero, del que fue un Gran Maestro y prodigio, y cuya vida estuvo marcada por sus aptitudes de genio y su excéntrico carácter.
Fischer, campeón mundial en 1972, podría haber sido uno de los grandes dominadores del deporte, pero su prodigiosa mente mantuvo una partida con su caprichosa forma de ver y afrontar las cosas. Finalmente, aparcó su gran pasión tras su mayor éxito para desaparecer de la vida pública, a la que sólo regresó esporádicamene y siempre envuelto en la polémica.
El americano, único de su país en poseer del campeonato mundial de ajedrez, acabó sus días en Islandia, país que le acogió con los brazos abiertos en 2005, y cuya capital, Reykjavik, vivió en julio de 1972, la denominada 'Partida del Siglo' ante el soviético Boris Spassky. La URSS, gran dominadora hasta entonces del tablero, se topó en aquella fecha con este genio, que ya desde su más temprana edad demostró un talento y una mente inigualable para el juego, pero que tampoco se pudo quitar de encima un carácter caprichoso.
Fischer fue un autodidacta del ajedrez y prácticamente todo lo aprendió por sí solo, pero quiso imponer sus normas por encima de las que regían este deporte. Así, su excentricidad le llevó incluso a retirarse del torneo que le daba la oportunidad de disputar el Mundial, pero las reglas cambiaron y los Estados Unidos tuvieron la oportunidad de presentar más de un aspirante, lo que le abrió de nuevo las puertas.
Fischer arrolló a todos los candidatos, incluido el soviético Tigran Petrosian, campeón del Mundo entre 1963 y 1969, y se ganó el derecho a ser el rival de otro ruso, Boris Spassky, en julio de 1972 en Reykjavik. Estados Unidos y la URSS volvían a enfrentar sus 'cerebros' y sus tácticas, en plena Guerra Fría, pero en la figura de dos deportistas y un deporte donde prima la mente por encima de la habilidad.
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