Guillermo Pereyra lamenta el gol que encajó su equipo en el Coliseum Alfonso Pérez. Foto: FELIX ORDOÑEZ

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El Mallorca debe dar gracias. Salió del Coliseo con vida, cuando pudo ser goleado, y mantiene sus opciones de acceder a las semifinales de la Copa del Rey. El grupo de Manzano ofreció su lado oscuro y siempre vivió a remolque de un Getafe al que sólo su inoperancia ofensiva y el cuerpo de Lux le impidió sellar la clasificación para la siguiente ronda. Al final, el equipo isleño pareció dar por bueno el resultado pensando en la batalla del próximo miércoles en casa. (1-0).

El grupo de Manzano salió con la torrija. Desangelado y sin actitud, se paseó como un alma en pena en un choque teñido de azulón. El Mallorca copió su plan del Bernabéu y esparció un conservadurismo exagerado y suicida. La presencia de Ibagaza y Güiza en el banquillo y de Arango en la grada -fue el jugador descartado- fue toda una declaración de intenciones. Una invitación que el Getafe no quería desaprovechar.

Laudrup fue un jugador exquisito. De toque y cerebro. El danés ha impregnado su sello en el bloque madrileño. Tipos como Granero, De la Red o Gavilán gozan con el balón. Todo lo contrario le sucede al Mallorca. Sin Ibagaza sobre el verde, nadie quiere el cuero, que parece quemar en las piernas rojillas. Basinas es una sombra del internacional griego que llegó y va loco por irse; y Borja Valero aparece perdido sin la compañía del Caño. Víctor y Trejo se miraban entre sí reclamando algo de protagonismo, mientras que Jonás, que se pasó el partido cambiándose de banda, era incapaz de superar a Contra o Licht. Además, Manzano le cambió de banda en el ecuador para taponar la asociación entre Licht y Gavilán, que encontraron una autopista por ese carril. Este desbarajuste del primer tiempo se tradujo en las notas del partido. Ni un disparo. Ni una aproximación. Nada de nada. El Getafe preparó los ingredientes, puso la coción a fuego lento y llegó al descanso con la sensación de haberle perdonado la vida a su rival.

El grupo de Laudrup asustó con la calidad de Granero, la verticalidad de Gavilán y el descaro de Albín. Del Mallorca, sólo Varela se atrevió a romper con el orden establecido con sus cabalgadas. Lástima que no se diera cuenta de un detalle: jugaba de lateral derecho y no de interior. Laudrup sí se percató de la obsesión atacante del sevillano y tumbó el campo. En esa orilla prendieron mecha las mejores acciones madrileñas. En una de ellas, Gavilán retrató a Varela y le entregó el gol a Albín. Ramis, el único atento de la defensa, metió la punta de su bota izquierda para abortar el peligro.