Federer no perdía en Melbourne desde las semifinales del 2005 contra el ruso Marat Safin, pero ayer cedió el testigo ante un valiente y explosivo jugador que se abrió paso con 50 golpes ganadores y que disputará su segunda final del Grand Slam consecutiva (Abierto de EE.UU. 2007) contra un novato en estas lides, pero subido de moral tras su demoledora victoria contra el español Rafael Nadal, el francés Jo-Wilfried Tsonga, con quien nunca se ha enfrentado. «Ahora mismo tengo un sentimiento indescriptible, he vencido al mejor jugador del mundo, uno de los mejores deportistas de todos los tiempos, estoy muy, muy orgulloso de mí mismo», dijo Djokovic tras lograr la segunda victoria sobre el de Basilea en siete encuentros.
«Hoy he luchado contra dos rivales», comentó en pista «Nole» refiriéndose al público que vibró con el suizo durante todo el encuentro, «pero no pasa nada, espero que la cosa cambie el domingo». Federer se despidió de la Rod Laver Arena, donde había cosechado 19 victorias seguidas, con un sentimiento de amargura. Había logrado allí tres títulos (2004, 2006 y 2007) y había calificado la nueva superficie de plexicushion de «amigable» por su color azul, diferente al verde del «rebound ace» con el que se disputó el torneo durante los últimos 20 años. Pero la suerte que ha corrido en las dos semanas, despeñándose en las semifinales, abre una duda sobre su futuro.
Djokovic saltó a la pista concienciado de que para ganar a Federer tendría que jugar como lo hizo su compatriota Janko Tipsarevic en la tercera ronda, arriesgando al máximo sin importarle hacer el ridículo si la magia del suizo se descubría durante el duelo. Tal y como había jugado el año pasado en la final del Masters Series de Toronto, su única victoria hasta hoy contra el suizo.
Y el de Belgrado siguió a rajatabla esa consigna, sin importarle que fuera el de Basilea quien le quebrara primero en el séptimo juego del primer set, o le ridiculizara después con un soberbio golpe de revés, típico de squash, que dio con el serbio por los suelos cerca de la red, en el noveno. Djokovic se concentró y rompió dos veces seguidas en el décimo y duodécimo para ganar el primer parcial en 45 minutos.
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