Guus Hiddink, seleccionador de Rusia, atiende a los medios de comunicación tras el entrenamiento de ayer.

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Algo ocurre cuando Guus agarra la pizarra y toma asiento. Poco parece importar el armamento que se oculta en el arsenal. Nuevo, viejo o usado, Hiddink siempre convierte a sus equipos en adversarios temibles, en fieros enemigos con una fe indestructible. Tiene algo de mago este veterano entrenador holandés, convertido ahora en el último «gran camarada».

Con una hoja de servicios prácticamente irrepetible -lo es alcanzar las semifinales de un Mundial con Corea y meter a Australia en octavos-, Rusia disfruta ahora de la varita del antiguo técnico del PSV.

De momento Hiddink ha cumplido con creces con su leyenda. Casi nadie esperaba a la vieja URSS en esta Eurocopa, pero dejó en la cuneta a todo un histórico como Inglaterra, en una de sus mejores generaciones: Lampard, Beckham, Owen, Ferdinand, Terry, Gerrard, Cole, Rooney... Y ya está en semifinales.

Tras un arranque dubitativo, el próximo rival de España ha crecido a un ritmo frenético. Echó a Holanda del torneo, aunque el mayor impacto lo ha generado la solvencia de su fútbol. Las portadas son para Andréi Arshavin, mediapunta del Zénit al que le han bastado sólo dos partidos para convertirse en una de las grandes revelaciones de la Eurocopa, pero la mano de Hiddink es una evidencia. Rusia ha vuelto. Tiene a «Shava», al que ya comparan con mítico Lev Yáshin, pero también al holandés tranquilo. Que nadie lo olvide.