Junto a la noria del Práter, Luis Aragonés se convirtió en «el tercer hombre», el tercer entrenador que guía a una selección española a la final del Campeonato de Europa, 24 años después de Miguel Muñoz y 44 después de que Pepe Villalonga fuese paseado a hombros por sus jugadores, en el Bernabéu, tras conquistar el título frente a la Unión Soviética.
Aragonés llega a la final como el técnico más veterano del torneo. Con 69 años, nadie le supera en experiencia y es también el entrenador que conduce a una selección española al último partido con más edad. Villalonga lo hizo con 55 años y Miguel Muñoz con 62.
Lo hace, además, avalado por los números. Sus 37 victorias en 63 partidos, con tan sólo cuatro derrotas, le convierten en el seleccionador que más triunfos ha conseguido.
Pero ni esos números le han evitado encontrar una oposición feroz, ni ha dejado de ser sospechoso hasta hace cinco días, cuando con la victoria en la tanda de penaltis, sobre Italia, España superó por fin los cuartos de final.
En todo ese tiempo, Luis ha llegado a sentirse perseguido. Hace apenas ocho meses, el técnico huía de la prensa en su automóvil desde Oviedo. No quiso acompañar al equipo en el avión que lo desplazaba a Madrid y desde casi todos los foros se pedía su dimisión.
Perseguido durante año y medio por la sombra de Raúl, el técnico madrileño encontró refugio en un grupo de jugadores que se hizo fuerte a base de críticas.
Encontró, además, casi por accidente, un sistema ganador. Las lesiones le forzaron a meter en el campo a la recua de centrocampistas de calidad con la que contaba y con ese 4-1-4-1 fue acumulando resultados positivos. Los suficientes para asegurarse la clasificación como primera de grupo.
Llegado el momento definitivo, a las puertas de la Eurocopa volvieron, sin embargo, las dudas y, de nuevo, casi obligado por las circunstancias, volvió a cambiar de esquema. El buen momento de David Villa no le permitía relegarlo al banquillo y Fernando Torres se había ganado el respeto de toda Europa tras el gran año de debut en el Liverpool.
El experimento salió bien y la selección española debutó con goleada (4-1 a Rusia), ganó confianza con un triunfo agónico frente a Suecia (2-1) y ofreció a los suplentes la oportunidad de reivindicar su valía ante Grecia (2-1).
Pero la selección y el propio Luis continuaron bajo sospecha. El recuerdo del Mundial, al que se llegó en una situación similar tras tras una triunfal primera fase.
Contra Italia, España fue italiana durante el primer tiempo, se soltó tras el descanso y recuperó el espíritu transalpino en la tanda de penaltis. Ahí, ya no hubo maldición que valiese, ni le temblaron las piernas en el momento decisivo. Sacó del torneo a la campeona del mundo, del mismo modo en el que los «azzurri» habían conquistado su trofeo en Berlín.
Sin ese lastre, el encuentro de semifinales fue distinto. Estaba Arshavin, la nueva estrella europea, y sobre todo Guus Hiddink, el mago holandés que ya había cerrado el paso a los españoles en Corea, pero la confianza era otra.
Con las líneas bien juntas, concentrada en su misión, España anuló hoy a Rusia en el primer tiempo y, ni la lesión de David Villa le hizo caer en el catastrofismo.
Al contrario, Luis regresó al sistema con el que ideó la presencia en el europeo y, con Cesc en el campo, la «roja» finalmente encontró el camino del gol por medio de Xavi, renacido como goleador esta temporada.
Con el marcador a favor, España fue otra vez el conjunto alegre que se aprovechó del desplome del rival para volver a golear a Rusia, por medio de Dani Güiza y David Silva. Un día después de que el Fenerbahce confirmase que la aventura en la selección de Aragonés continuará en Turquía, el técnico ya sabe que dejará a España en el podio, que dentro de cuatro días, contra Alemania, tiene la posibilidad de alcanzar la cumbre y que desde lo alto de la noria del Prater, se ve al resto mucho más pequeño.
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