Samuel Sánchez se colgó la primera medalla de oro de los Juegos de Pekín para el deporte español, la primera que conquista el ciclismo hispano en la prueba olímpica de fondo, al imponerse en un cerrado sprint cuesta arriba al italiano Davide Rebellin y al suizo Fabian Cancellara.
El ciclista asturiano fue el más fuerte del grupo de cinco que alcanzó la meta situada junto a la Gran Muralla China y derribó el tabú del ciclismo español, cansado de triunfar en otras pruebas pero que nunca había subido a un podio olímpico en esta especialidad.
A sus 30 años, Sánchez, el menos laureado de los cinco componentes del equipo español, dio la sorpresa. Alejandro Valverde y el italiano Paolo Bettini se neutralizaron mutuamente, mientras que Oscar Freire, tres veces campeón mundial, no pudo terminar y Carlos Sastre, flamante vencedor del Tour, fue el que más trabajó durante la etapa.
Es el éxito más importante de su carrera, «un sueño de todo deportista porque se logra un día pero se disfruta cuatro años», según dijo el asturiano.
Su oro olímpico se suma a la «maglia rosa» de Alberto Contador en el Giro de Italia, al amarillo de Sastre en el Tour y al verde de la clasificación por puntos de Freire en la ronda gala, lo que demuestra la fortaleza del ciclismo español.
Sánchez se impuso en una carrera que se resolvió de forma inesperada tras un ataque en la última vuelta del circuito que lanzó el australiano Cadel Evans y que provocó que se quedaran tres hombres en meta, el asturiano, el italiano Rebellin y el luxemburgués Andy Schleck.
Cuando querían que se iban a jugar las medallas entre ellos fueron alcanzados por el ruso Alexander Kolobnev y el australiano Michael Rogers, mientras que el suizo Fabian Cancellara, un hombre rapidísimo, logró contactar con los primeros.
Eran tres medallas para cinco, pero el último tramo era en fuerte subida, con un desnivel del diez por ciento, un terreno donde el que mejor se encontró fue Sánchez, que aguó su 37 cumpleaños a Rebellin.
La nota folclórica del inicio de la etapa la pusieron el boliviano Horacio Gallardo y el chileno Patricio Almonacid, que atacaron a los pocos minutos de la salida, cuando el pelotón recorría todavía las calles de Pekín, incluido el trayecto por la plaza de Tiananmen. Era un ataque de fogueo, un golpe publicitario en la zona inofensiva de la carrera, en los primeros 70 kilómetros llanos en el que los capos del pelotón disfrutaban del paisaje a la espera del inicio de lo serio. Eso permitió a la pareja sudamericana llegar al pie de la Gran Muralla con diez minutos de adelanto y pocas opciones de éxito. Quedaban siete vueltas a un duro circuito de 24 kilómetros con doce de duro ascenso.
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