Medio año y un montón de capítulos después, la venta del Mallorca llega a su fin. El club balear cambiará de propiedad en las próximas semanas, pero hasta llegar a ese punto la SAD ha tenido que soportar un enmarañado proceso lleno de altibajos en el que ha intervenido un amplio elenco de protagonistas. En cualquier caso, se intuye un epílogo satisfactorio para todas las partes que a su vez, abrirá un ciclo cargado de interrogantes que se irán despejando una vez que Davidson desembarque oficialmente en la zona noble del ONO Estadi.
Todo empezó sobre el mes de mayo. Vicenç Grande, presidente y máximo accionista rojillo, empezaba a notar de forma muy seria los efectos del crack inmobiliario y ponía en manos de un despacho de Madrid la transacción de su paquete de títulos del club (un 93%). El empresario mallorquín, siempre reacio a deshacerse del control de la entidad, estaba obligado a ponerla en el escaparate. En principio, la cantidad reclamada por el promotor rondaba los cuarenta millones de euros, una cifra ligeramente inferior a la que obtendrá por parte de Davidson. Se iniciaba entonces una subasta que todavía colea y a la que se asomaron hasta cuatro pretendientes.
El primer en salir a la palestra fue Freddy Shepherd. El inglés, que años atrás había llevado al Newcastle a codearse con la aristrocracia futbolística, aprovechó sus continuos viajes a Mallorca (posee una vivienda en Andratx) para interesarse por la situación. Luego de meditar y planificar su ofensiva, se dirigió a Grande a finales de junio para trasladarle una oferta próxima a los diez millones de euros que fue calificada instantes después de «insultante». El naviero inglés alegaba que el club se había desprendido de sus principales activos deportivos con los traspasos veraniegos. Las posturas de una y otra parte estaban a una distancia sideral, pero la falta de competencia, situaba a Shepherd en una posición privilegiada. De hecho, durante muchas semanas daba la sensación de que si la compraventa cuajaba a corto plazo, él sería el nuevo dueño del Mallorca. Sin embargo, todo se fue al traste la tarde del 21 de julio. Mientras el equipo de Gregorio Manzano apuraba en Kössen (Austria) su stage de pretemporada, el club y el Grup Drac emitían un comunicado en el que se exponía un preacuerdo con otro británico llamado Paul Davidson. En la nota se informaba de que la validez del trato caducaría el 31 de agosto y que Grande seguiría presidiendo el club, al menos durante otros cinco años. Empezaba la segunda parte del culebrón. Davidson salió del anonimato, dio a conocer su empresa de tuberías (Fluid Leader Group) y empezó a desfilar por la pasarela mediática de la Isla para exponer su ambicioso proyecto, en el que no faltaba casi nada. Él mismo se autoproclamó en varias ocasiones «dueño del Mallorca» desde su hotel en el Port d'Andratx.
Sin embargo, las reuniones posteriores, en las que se debía ir perfilando la venta, llenaron de confusión el asunto. Además, los administradores concursales no paraban de recibir señales procedentes de diversos puntos de Europa. Shepherd seguía atento desde la distancia y junto a él, el empresario uzbeko Miradil Djalalov y el austriaco Dietrich Mateschitz. De hecho, éste último (propietario de Red Bull) desplazó a la Isla a representantes de una prestigiosa auditoría para radiografiar al club y estudiar bien los plazos. Pero Davidson se mantuvo firme. Presentó una carta de recomendación financiera y redactó el contrato definitivo. Ahora sólo falta que el juez Víctor Fernández le entregue la vara de mando.
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