Los pilotos mallorquines Felipe Beltrán y Emilio Rodríguez, a su paso por El Cairo durante su participación en el Dakar en la edición del año 2000. Se cumplen 20 años de la primera presencia de dos mallorquines en la prueba. | Joan Torres

TW
0

El mundo del motor, y el del deporte, tienen desde hace décadas una cita ineludible en las dunas. Ya no en África, alternando escenarios en Europa, América y ahora Arabia Saudí, el Dakar sigue siendo uno de los eventos más mediáticos y atractivos para los amantes de las dos y las cuatro ruedas.

Y hace veinte años, dos pilotos mallorquines abrieron una senda que para Balears mostró en 1999 el formenterenc Xicu Ferrer, protagonista también de ese Dakar-El Cairo 2000 de récord. Lo fue porque, por primera y única vez, tres isleños tomaron la salida en la cita, y porque registró la primera participación mallorquina de toda la historia. Un hito que Emilio Rodríguez y Felipe Beltrán, a lomos de sus Honda XR 600, rubricaron atravesando en horizontal el continente africano y que repasan dos décadas después con Ultima Hora, testigo directo de aquella gesta que seguirá vigente para la eternidad.

Desde la distancia, ambos siguen compartiendo su pasión por las motos. De hecho, pese a que Felipe reside actualmente en Punta Cana (República Dominicana), donde trabaja en una empresa de reciclaje vinculada al turismo, entrenan y compiten en la exigente Red Bull Romaniacs (Rumanía), una de las pruebas más extremas de Enduro del planeta. E, incluso, no descartan regresar al Dakar pilotando motos eléctricas. Beltrán no esconde esa ambición y, de hecho, estuvo en la edición de 2019 de ‘mochilero' en Perú. «Me gustaría volver a hacerlo, con la experiencia que ya tenemos, pero también por lo que significa», explica vía telefónica Felipe, a la vez que Emilio asiente con una sonrisa cómplice.

Con el apoyo del Govern, el Ajuntament de Calvià y empresas como IBO o Trasmediterránea, ambos se lanzaron a la aventura. El trío lo completaba Ferrer, que abandonó tras una grave caída en la recta final, aunque «apenas coincidimos en carrera», explica Emilio, quien recuerda que «solo 80 debutantes lograron acabar un Dakar africano».

Y ellos lo hicieron, fueron dos de los 107 supervivientes de los 382 que tomaron la salida en el Lago Rosa. Lo de menos era la posición, pero fueron 51ª (Beltrán) y 61º (Rodríguez), tras 7.863 kilómetros sin jornadas de descanso, entre los días 6 y 23 de enero del año 2000.

Fue la culminación de nueve años de preparación y entrenamiento. Físico, en competición, «pero también mental. «Es una lucha psicológica, día a día, etapa a etapa… Cuando llevas 5 o 6 días durmiendo dos horas como mucho, el cuerpo se resiente. Lo nota...», añade Emilio. «Fuimos un año a psicólogos deportivos para prepararnos ante una adversidad tan grande», apostillaban. «Llevábamos muchas pruebas a las espaldas, pero no tienen nada que ver con el resto», apuntó Beltrán.

«Íbamos con lo justo, cuando acabábamos la etapa, teníamos que repasar la moto, repararla, comer algo si se podía… Ni para ducharte tenías tiempo. De hecho, creo que los doce últimos días ni nos quitamos la ropa, dormíamos con lo puesto», confiesa Felipe, a lo que añade su compañero el susto que tuvo «en Burkina Fasso, cuando rompí la parte delantera y me tiré toda la noche arreglándolo». El presupuesto que tenían era de 7 millones de pesetas cada uno.

Nunca temieron por su vida, aunque eran conscientes «de que el peligro estaba donde menos de lo podías esperar», y rememoran esas interminables jornadas de «12 o 13 horas encima de la moto. Arrancábamos a las tres de la madrugada, a veces había enlaces interminables, y después… A correr, la etapa. Y en el Vivac, a trabajar». De hecho, una parte importante de su prepración fue aprender a ser «autosuficientes» mecánicamente. «Aprendimos a ser unos ‘manitas'. Ahí, o espabilas, o te quedas», dice Beltrán, rememorando Emilio un final «en el que casi no llegamos. Nos perdimos y se rompió el embrague… 400 kilómetros sin poder parar, imagínate».

Recuerdos tienen muchos. Pero, por encima de todo, dejan claro que fue una experiencia personal «imborrable». «Éramos gente ordinaria haciendo haciendo cosas extraordinarias», dice emocionado Felipe Beltrán. «Hay lugares, imágenes increíbles. En el desierto de Libia, no hay nada en mil kilómetros...», proseguía Emilio, quien recuerda que «la noche que mejor he dormido en toda mi vida ha sido al llegar a El Cairo».

Sin la tecnología actual, «lo importante era saber navegar entre el mar de dunas» del desierto, donde los contrastes térmicos eran «brutales. De día estabas a más de 40 grados y por la noche a -16». Esa experiencia les hizo crecer «como personas». «Allí me dí cuenta de que todo es posible. Es el sueño de una persona normal, corriente», añade emocionado Beltrán.

Ambos siguen el Dakar, ahora como aficionados y la ilusión de poder volver algún día. «Fuimos los primeros, después vinieron otros, y esperemos que alguien más pueda continuar este camino. El consejo que les damos es que se preparen. Es algo diferente a lo que habrán visto jamás», espetan Felipe Beltrán y Emilio Rodríguez. «Éramos supervivientes», concluyen.