Jordi Calafat posa con la medalla de oro lograda en las Juegos Olímpicos de Barcelona 92. | Pere Bota

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El 3 de agosto de 1992, hoy hace justo treinta años, quedará para los anales del deporte balear como el día en el que uno de sus mejores regatistas, Jordi Calafat, logró la que es la primera medalla olímpica de toda su historia. Tuvieron que pasar más de nueve décadas desde la irrupción del pionero, el menorquín Antoni Vela Vivó (remo, París 1900) para subir a un podio. Y hacerlo, además, a su peldaño más elevado.

Ese oro era la culminación de un largo camino, en el que Calafat y su compañero en el 470 Masculino español, Kiko Sánchez Luna, tuvieron que sortear la presión de ser los grandes favoritos. A las órdenes de otro mallorquín ilustre, el técnico Toni Ripoll, se cerró el círculo en un día mágico. El mismo en el que Theresa Zabell y Patricia Guerra (470 Femenino) y Natalia Via-Dufresne (Europa) culminaron con otro oro y una plata el éxito de la vela española en el Port Olímpic, un escenario ya icónico en el que cayeron otros dos oros, en las clases Finn y Flying Dutchman.

La gestión de la competición por parte de Calafat y su compañero fue un factor clave para conseguir el objetivo que tenían trazado. «Recuerdo cruzar la línea de meta y sentir un gran alivio, porque habíamos ganado... Habíamos sido líderes todos los días y había mucha presión. Nos costó dormir por ello y el ver que se había acabado, y con el oro, fue como una liberación», comentaba tiempo atrás el propio Calafat, uno de los navegantes con mejor cartel del planeta, a Ultima Hora. Nada menos que campeón del mundo, olímpico y de la Copa del América son algunos de los méritos del deportista mallorquín, el primero de la lista de ilustres que forman parte de este selecto club.

Esa medalla anduvo perdida durante un largo tiempo. «No sabíamos dónde estaba... Y un día apareció en casa de mi madre haciendo limpieza», recordaba con una sonrisa que delataba el valor del metal, un hito en la historia de la vela y del olimpismo balear que sigue presente tres décadas después, cuando se rememoran diariamente todo lo que ocurrió a lo largo de dos semanas de interminable felicidad en la ciudad condal.

En el momento cumbre de la vela balear, sinónimo de éxito olímpico en la década de los 90 (cuatro años después, Pepote Ballester se colgó el oro en Tornado en Atlanta 96), el hito marcad por Jordi Calafat fue uno de los emblemas de aquel ciclo que culminó en verano de 1992. El de las veintidós medallas que siguen marcando el listón más elevado del olimpismo español.

La suya fue la primera de todas, de las veintisiete medallas baleares en unos Juegos. Y la que abrió el camino a una vela que, tras un cuarto de siglo de sequía, recuperó su espacio en Tokio, de la mano del menorquín Joan Cardona (bronce en Finn). Pero el oro de Jordi Calafat siempre será el primero. De todos y de cualquier metal. El que mostró el camino.