Los jugadores del Mallorca, exhaustos después del partido contra el Córdoba en el que se jugaban la permanencia en la categoría. | T. Ayuga

TW
49

El Mallorca sigue vivo. Continúa nadando en plata el equipo de Javier Olaizola, que ha sobrevivido a una de las temporadas más negras de su historia y a una última jornada de taquicardias. Los bermellones, que en toda la tarde no pisaron ni un segundo la zona roja de la clasificación, empaquetan el curso con el rostro lleno de sangre y el resto del cuerpo amoratado, pero también descargando todas esas toneladas de presión que se habían ido posando sobre el escudo del club durante las últimas semanas. La permanencia, que pese a ser recibida entre suspiros de alivio representa un premio ridículo para el conjunto con el mayor presupuesto de la categoría, abrocha una etapa de mediocridad y zozobra que debería quedar enterrada a partir de mañana. Del todo. Para siempre.

En líneas generales, salvó su particular bola de partido el Mallorca sin que se le cortara la respiración. Ni siquiera en su propia función, en la que acabó cobijado tras las manoplas de Aouate. Más allá de los empellones puntuales del Córdoba, repelidos siempre de forma brillante por el portero israelí —recuperado para la causa por el propio Olaizola a raíz de la visita a Montilivi—, el grupo engarzó otra jornada de desarrollo y al final dio un poco igual que no alcanzara los números que marcó el técnico durante su presentación. Volvió a presumir de su solidez ante un candidato al ascenso y acabó la temporada sobre la lona, pero a varios pasos del fuego.

Noticias relacionadas

La jornada, como suele ser habitual en estos casos, estalló en los minutos finales, cuando los nervios dejaron paso a la desesperación del epílogo. De hecho, en todo el primer tiempo apenas se celebraron cuatro goles en los encuentros marcados en negrita. Y de todos ellos, dos lo dejaban todo como estaba (Las Palmas y Ponferradina empataban), otro se enmarcaba dentro del guión más lógico (el Girona se adelantaba ante el Deportivo) y solo uno (el del Murcia al Castilla) sacudía los bajos fondos de la clasificación sin resultar todavía determinante.

Después del descanso y tras visionar los números de la tarde sobre la pizarra del vestuario, algunos conjuntos decidieron soltarse la melena. Y en esa misma dirección, los minutos más críticos para el Mallorca se condensaron entre el primer y el segundo cuarto de hora del segundo tiempo. En esa fase, el Girona cerraba la persiana por medio de Felipe Sanchón, aunque las noticias más preocupantes llegaban desde Jaén, donde un tanto del hispano-hondureño Jona obligaba al mallorquinismo a contener la respiración. Más que nada, porque en medio de ese paisaje e instalado en un quintuple empate a 51 los baleares estaban a una diana del gran batacazo. De haber marcado el Córdoba o haberlo hecho el Mirandés, el cuadro rojillo se habría precipitado al pozo.

Superado ese tramo, las sensaciones del mallorquinismo se fueron endulzando. Sobre todo después de que Carlos Pita, como Aduriz vestido de valencianista en 2011, liquidara al Mirandés. Con su gol y con el vuelo del Lugo se esfumaba la posibilidad de que el Mallorca se encontrara en la celda del quintuple empate al conjunto gallego, que era el mayor peligro al que se enfrentaba. A partir de ahí, en La Victoria se dedicaron a abofetearse entre el caos y el cuadro del horror no quedó definido hasta el minuto 93, cuando Castilla, Mirandés y Jaén se abrazaron al Hércules de camino al destierro. El Mallorca, avergonzado, suspiraba e imaginaba entre lágrimas un nuevo futuro. Y ahora, ¿qué?...