Aunque en aquel momento casi nadie lo sospechaba, Son Moix bajó la persiana el 1 de marzo de 2020. Ya estábamos familiarizados con la palabra coronavirus, se habían empezado a aplazar algunos eventos y había zonas de Europa, fundamentalmente de Italia, que empezaban a descontrolarse. Una situación misteriosa y desconocida que el deporte seguía de reojo y con cierta distancia. En el caso del Mallorca, todavía iba a jugar con público la semana siguiente (7 de marzo), pero sería en Eibar y con Ipurua como decorado, en una jornada que sirvió para acercar al equipo a la superficie, para aliviar la tóxica tendencia que le perseguía como visitante y para acuñar la que sería su última victoria previa al confinamiento (1-2). Sin embargo, la plantilla y el proyecto se habían despedido de la afición seis días antes. De golpe y sin saberlo. Ese domingo, coincidiendo con el Día de les Illes Balears, el conjunto de Vicente Moreno recibía al Getafe de José Bordalás en el penúltimo encuentro de la jornada -se jugaba las 18.30 horas-, ya que a su espalda solo se había programado el Madrid-Barça que se disputaría a continuación. Los bermellones, que circulaban en dirección ascendente tras derrotar al Alavés y rascar un empate en el campo del Betis, estaban solo a dos puntos de un Celta que marcaba la salida del laberinto y recibían a los azulones a la caza de una victoria que les hubiera apartado del barro. Una alegría que nunca llegó. El Mallorca cuajó una pobre función en la que ni siquiera se arrimó a la portería de David Soria y acabó claudicando ante un gol de Maksimovic entrado ya el segundo tiempo (0-1). Los 14.241 espectadores no eran conscientes de lo que tardarían en volver a la tribuna. De hecho, hoy tampoco lo saben. Se despidieron con un simple hasta luego de la Primera División, de Vicente Moreno y de futbolistas como el Cucho Hernández o Take Kubo, titulares en esa batalla que sigue tristemente marcada en rojo.
Las puertas de los estadios, tanto de España como del resto del mundo, tardaron diez días más en quedar selladas del todo. Con la moral reconstruida tras el golpe sobre la mesa que dio luego en Ipurua, el Mallorca se preparaba para recibir a un Barcelona que no pisaba la isla desde 2012 y que, como el Real Madrid unos meses antes, iba a presentarse en Son Moix vestido de líder. Pero todo se precipitó sin remedio. El 9 de marzo el club ponía en marcha una serie de acciones especiales entre su hinchada de cara a los cinco partidos que faltaban para abrochar el campeonato en casa, pero el coronavirus andaba ya desatado y en los dos días posteriores se lo llevaría todo por delante. A la mañana siguiente (martes, día 10) el Gobierno decretaba que todo el deporte profesional tendría que disputarse sin público las dos próximas semanas como medida de prevención, una decisión que en clave rojinegra ponía entre paréntesis al esperadísimo Mallorca-Barça y al duelo contra el Villarreal en La Cerámica de una semana más tarde. «Es un varapalo», comentaba Alfonso Díaz, director ejecutivo del club isleño. «Era un partido ilusionante después de tanto tiempo y una de las tres citas fuertes del año, pero no podemos hacer nada», añadía el ejecutivo, que ya estaba en contacto con las autoridades para ir implementando una serie de medidas que cambiaban y crecían hora a hora. De hecho, el anuncio de que se jugaría dos semanas sin público caducó poco después. El 11 de marzo la OMS declaraba que el coronavirus se había convertido ya en una pandemia, se cancelaban las categorías no profesionales y el Mallorca empezaba a entrenarse a puerta cerrada tras suspender todas sus ruedas de prensa «para preservar la salud de todos». En esa escalada imparable, LaLiga apagó la luz el jueves 12 de marzo. Lo que en principio iba a ser un punto y aparte de dos semanas derivó en casi tres meses de congelación. Porque el mismo día que el Mallorca tenía que recibir al Barça se decretaba el Estado de Alarma y llegaba el confinamiento.
Desde entonces y sin el público de la mano, el Mallorca ha pasado por casi todos los estados y ha jugado 19 partidos, toda una vuelta en un campeonato normal, en el silencio de su morada. Son Moix volvió a registrar actividad el 13 de junio, pero nada volvió a ser lo mismo. Tras ser acondicionado para la ocasión y bajo unas medidas sanitarias que con el paso de los meses se han convertido en rutina, el equipo balear recibió a Messi y compañía con solo 170 personas en el estadio entre futbolistas, técnicos, auxiliares, recogepelotas, guardias de seguridad, empleados del club y de LaLiga y un puñado periodistas. Unas precauciones que no evitaron que saltara un espontáneo al césped en la segunda mitad de un partido, el primero de todos, que el mallorquinismo tuvo que seguir frente la tele.
A partir de ahí, el fútbol ha seguido viviendo en su burbuja y la afición, pegada a la pantalla. Una lejanía que en esos primeros meses derivó en un descenso fraguado en mitad de un silencio sobrecogedor y que suavizó, entre otras cosas, la salida de Vicente Moreno en dirección a Cornellà. Los seguidores mallorquinistas, que volvieron a responder a lo grande y a ciegas en la campaña de abonados siguiente, ni siquiera han podido conocer en persona a Luis García Plaza, ni disfrutar de un equipo que rompe sus propios moldes. Un dolor que amortiguan soñando; imaginando que cuando vuelvan a abrirse las puertas del estadio el Mallorca estará otra vez en Primera.
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