Este jueves se verán las caras por tercera vez en Roland Garros, la primera fue en 2005 y marcó un punto de inflexión. El duelo estuvo envuelto por una enorme expectación porque Gasquet se intuía como el relevo de Yannick Noah. Parecía llamado a darle al tenis francés una nueva Copa de los Mosqueteros tras años de sequía, pero el balear lo despachó con un contundente 6-4, 6-3 y 6-2. «Lo recuerdo perfectamente, cuando salí de la pista le dije a mi padre: 'este tío va a ganar el torneo'. Era un extraterrestre, sabía que iba a marcar la historia de la tierra batida», rememoraba Gasquet tras superar la primera ronda y citarse con el mallorquín por un puesto en la tercera. Son dos estilos diferentes y también emprendieron caminos diferentes para llegar al circuito.
En un juego tan mental como el tenis es inevitable valorar en su medida al peso de la historia. Y Nadal la tiene de su lado ante la mayoría y sobre todo ante su rival generacional. Pensar en ganar al rey de la tierra batida en su casa, en la Philippe Chatrier, y a cinco sets tiene que dar hasta pereza a estas alturas de la carrera, a punto de cumplir 34 años y con la experiencia suficiente para reconocer la superioridad del rival. Quiera o no a Gasquet, en cualquier momento, le vendrán mil y un recuerdos de situaciones de partido contra Nadal. Sabe que sus opciones pasan por la excelencia y un mal día del balear y, sobre todo, por llevarse el primer set. Pero es que el galo no le gana uno desde el Masters 1.000 de Canadá en 2008. Y esto no es hacer de menos a un Gasquet con una carrera que muchísimos firmarían, simplemente es el escenario actual y el peso de la historia.
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