Las variables demográficas son de una importancia capital, pero son silenciosas. Su evolución es de largo recorrido y no encajan con los ritmos de otras métricas sociales y económicas, tales como la presentación de resultados de las empresas o los ciclos electorales.
El aumento de la longevidad libre de discapacidad es un verdadero éxito de nuestra sociedad, de los avances de la ciencia y de la técnica. Es lo que Servan-Schreiber, de Rösnay, Simonnet y de Closets definieron en un texto de hace unos años como «una vida extra».
También la revista The Economist tituló un estudio Los 75 de ahora son los 65 de antes, y recientemente, los profesores Gratton y Scott, de la London Business School, han publicado un texto imprescindible con el expresivo título de The 100-Year Life.
Además de soluciones financieras a los nuevos retos, deben buscarse nuevos caminos en el área de la gestión, del management y del emprendimiento.
Si nuestras sociedades van acercándose a una vida de 100 años con tasas de natalidad bajas, los parámetros en los que suelen dividirse las etapas vitales y profesionales deben cambiar.
Peter Drucker ya nos hizo ver la importancia que un buen management tiene como factor de mejora social. Dirigir no es ostentar un cargo, es una profesión y el reto demográfico debe incorporarse a la creación de valor sostenible en las empresas.
La evolución demográfica obligará a retrasar la edad de jubilación y a compatibilizar pensión y actividad profesional a quienes lo deseen y ofrezcan sus servicios de forma competitiva al mercado.
En las empresas convivirán hasta cuatro generaciones, y los directivos deberán aprender a gestionar con eficacia a subordinados mucho mayores que ellos, tal como ha puesto de manifiesto el profesor Peter Cappelli de la Universidad de Pennsylvania.
Debe abandonarse la idea de que la prolongación de la vida activa de los de más edad limita las posibilidades de los jóvenes, al contrario. Generalmente, los países con bajas tasas de desempleo juvenil suelen tener índices de desempleo de mayores también bajos.
Con una esperanza de vida que se acercará a los 100 años no parece lógico que a las personas se las prejubile con algo más de 50 años y que ello se explique, por lo general, como acuerdo no traumático (con aquel viejo esquema de que la jubilación temprana es un éxito social), cuando lo que se hace es enviar a ingentes cantidades de talento y criterio al «no mercado».
No se cuestiona la necesidad de efectuar ajustes que tienen las empresas o sectores enteros por causas tecnológicas, por cambios en la demanda u otros motivos, pero el reto debe afrontarse con visión estratégica y creatividad. Por otro lado, el desarrollo de las tecnologías, lejos de perjudicar a los profesionales de más edad, les beneficia si su impacto se gestiona bien. Así lo ponía de manifiesto el estudio Goldenworkers de la Unión Europea no hace mucho tiempo, y al que no se prestó excesiva atención.
Existe un problema de fondo de tipo cultural, y es la discriminación implícita por causa de la edad. Un fenómeno que tiene posibles explicaciones en un mundo dominado por la inmediatez de lo audiovisual, pero que se generaliza y llega incluso a los parlamentos. Aquí, donde se valora que exista la diversidad de género, hoy en día la generación de más edad se halla infra-representada: es decir, importantes dosis de talento se quedan fuera.
La necesidad de dar soluciones al sistema de pensiones en España inducirá a cambios. Nuevos planteamientos en los que también productos de previsión privados puedan complementar el modelo, siempre que mejoren su gestión, transparencia, comisiones y rentabilidad.
En la sociedad civil se dan iniciativas destinadas a afrontar la situación que aquí se describe. La Fundación Age, como punto de encuentro y sensibilización, es un ejemplo de ello pues la difusión de conocimiento en estos temas es muy necesaria.
Por otro lado debe apoyarse al máximo el emprendimiento de los de más edad. Los últimos datos de la norteamericana Kauffman Foundation indican que, en la actualidad en los Estados Unidos, cerca del 30 por ciento de los nuevos emprendedores tienen más de 50 años.
En tiempos de innovaciones disruptivas, debe aprovecharse el talento al máximo, sin exclusiones por causa de la edad.
La sostenibilidad financiera, la competitividad y el bienestar social dependen de todo ello, y es una cuestión urgente.