La enfermedad del Alzheimer se manifiesta inicialmente con pequeños problemas memorísticos que van afectando al paciente hasta al punto de incapacitarlo para recordar quién es. La edad media de detección se sitúa en los 70 y los 80 años, aunque está muy infradiagnosticada, según el Jefe de Medicina de la Llar d’Ancians de Palma, el doctor José Antonio de Antonio Veira. «No se le da la importancia que tiene en el momento inicial del proceso y cuando se hace la persona ya está muy deteriorada y requiere ir a una residencia», explica el médico, que este miércoles, en el día internacional que visibiliza esta dolencia, reclamó mayor labor de detección precoz.
Paradójicamente, la enfermedad que acaba con los recuerdos «está muy olvidada» por la sociedad, según Veira, y los pocos avances que habido para tratarla lo confirman: «A nivel farmacológico no ha salido nada nuevo contra el Alzheimer desde hace casi 20 años, usamos el mismo tratamiento desde entonces», lamenta el doctor. «Es un problema muy grave para el que la sufre, pero también para su familia», porque el paciente es completamente dependiente. Uno de los motivos por los cuales no se le presta suficiente atención es porque las personas afectas ya no son productivas, en términos económicos. «Son vistos como cargas», lamenta el doctor. Además, recuerda que cuanto más crece la esperanza de vida de la población, mayor será la dependencia.
Se estima que, en España, el alzhéimer, así como las demencias y enfermedades neurodegenerativas, afectan a 900.000 personas, una de cada diez de más de 65 años y en el año 2050 el número de casos podría triplicarse a nivel mundial, según la Fundación Pasqual Maragall. La entidad nació en 2008 como respuesta al compromiso adquirido por el exalcalde de Barcelona y expresidente de la Generalitat de Catalunya, Pasqual Maragall, al anunciar públicamente que tenía alzhéimer.
Amor y cariño
Con Me colé en una fiesta, de Mecano, y otros éxitos ochenteros sonando a todo volumen, los residentes de la Llar d’Ancians de Palma celebraron ayer varias actividades en la plaza central de la residencia, similar a un pequeño pueblo. «Esto te tiene que gustar; requiere tener mucha empatía e incluso, aunque suene algo cursi, amor y cariño», confiesa María José Jiménez, que lleva diez años trabajando como auxiliar en el centro. Explica, sin soltar del brazo a una de las residentes, que las restricciones de la pandemia aceleraron el proceso degenerativo de los aproximadamente 250 ancianos que cuidan entre 280 empleados. «Emocionalmente, nos costó mucho», afirma con la mascarilla puesta, que continúa siendo obligatoria en todo el recinto. Aun así, los internos pueden quitársela cuando están en sus respectivas áreas.
La directora de la residencia, Apolonia Binimelis, también cree que es imprescindible tener mucha estima para trabajar con ancianos y que va más allá de lo profesional. «No puedes ser un autómata porque los residentes lo captan; las emociones son lo que te permite conectar con ellos». La coordinadora de Psicogerontología, María Jesús Ariza, defiende que el hecho de vivir en un espacio como la Llar d’Ancians, con espacios abiertos, mucha luz y acompañados de otras personas de su edad, les ayuda mucho. «Cuando ingresan, valoramos qué áreas del cerebro tienen mejor conservadas y trabajamos con ellos para preservarlas para que tengan una mejor calidad de vida y se retrase el deterioro», explica.