Archivo - La escritora Aixa de la Cruz | ALFAGUARA - Archivo

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La escritora Aixa de la Cruz subraya la importancia de la familia como fuente de inspiración, ya que ese es «el lugar donde adquirimos los pilares de nuestra identidad, donde se nos asignan roles a menudo arbitrarios de los que nos cuesta deshacernos de adultos, donde primero se nos ama o primero se nos hace daño». «Las relaciones familiares son intensas, complejas y contradictorias y, por tanto, muy literarias».

Así lo afirma la autora vasca, en declaraciones a Europa Press, acerca de su nueva novela, 'Las herederas' (Alfaguara). En ella, el suicidio de la abuela Carmen sirve de punto de partida para que sus cuatro nietas vuelvan a la casa del pueblo en la que murió y que han heredado.

'Las herederas' es una historia que nació en plena pandemia. «Pasamos el confinamiento estricto en Bilbao, encerrados en un apartamento diminuto, haciendo turnos de trabajo y crianza, trabajo y crianza. La niña aprendió a andar en el hall de aquella casa. Era un bebé y se suponía que no se enteraba de nada, pero recuerdo su ansiedad por el modo en que se podía pasar horas arrojando los libros de las estanterías al suelo. Tampoco tenía mucho más que hacer, y tampoco era la única con ansiedad. De aquellos días recuerdo, sobre todo, la perplejidad ante el trabajo, que el trabajo no concediera un respiro ni cuando se suponía que se estaba acabando el mundo ahí fuera», rememora.

«Cuando nos desconfinaron, --prosigue-- decidimos que no íbamos a volver a pisar aquel apartamento, ni a vivir en la ciudad, y buscamos refugio en la casa que tiene mi abuelo en una pequeña aldea burgalesa en la que creció. Diría que 'Las herederas' es fruto de esa casa, que, como todas las casas antiguas, está un poco encantada; de la liberación que supuso refugiarse en lo rural --y de lo difícil que resultó habitarlo, sin servicios, sin alumbrado público-- y de esa reflexión entorno al trabajo, la enfermedad y el sufrimiento psíquico que conllevó, para mí, la pandemia».

Entre otros temas, la novela aborda el de la salud mental. La escritora reconoce que no tiene respuestas generales sobre la cuestión, pero apunta que en su libro las protagonistas «logran sanarse alejándose de la medicalización y buscando marcos imaginativos en los que sus experiencias se validen y se normalicen».

«El pensamiento mágico las ayuda, saberse brujas en lugar de locas, entender que la locura es un parámetro mediante el cual se silencia y anula el testimonio de quienes se alejan de los parámetros que se consideran normativos en un determinado momento histórico», comenta.

Añade que en la pandemia, «por primera vez, no nos vimos solas en nuestro sufrimiento psíquico y era fácil señalar el origen de nuestra ansiedad, entender que tenía causas externas y que dichas causas, en mayor o menor medida, nos estaban afectando».

"discursos biomédicos reduccionistas"

«Creo que lo más importante es que se están viniendo abajo los discursos biomédicos reduccionistas que, durante décadas, nos han querido vender que el sufrimiento psíquico era una enfermedad privada, algo que empezaba y acababa en nuestro cuerpo. Como dice Nora en la novela, si estamos locas será porque nos han enloquecido. Para mí, el debate en salud mental debería enfocarse en esto: hay que aprender a localizar y nombrar las violencias sistémicas que nos aquejan y buscar medidas colectivas para atajarlas», reflexiona.

Sobre el proceso de construcción del libro, señala que, al principio, quería escribir una novela que se centrara en el suicidio, en cómo se procesa que alguien querido se vaya por su propia mano, y construí cuatro personajes que tenían cuatro miradas o explicaciones distintas sobre este hecho.

Está Olivia, que es la que se niega a enfrentarse al duelo por la muerte de su abuela (suicida) y lo suplanta con una suerte de pesquisa detectivesca, obsesionada con determinar las causas. Luego está Erica, que, siendo alguien muy espiritual, está acostumbrada a que haya grandes preguntas que carecen de respuesta y es la que aboga por respetar la voluntad de la muerta, no necesita entenderlo todo.

Y, finalmente, están Nora y Lis, que se enfrentan a la muerte de la abuela con una mirada más determinista: Nora, que es adicta a las drogas, piensa que la abuela, que también lo era, se suicidó por culpa de la drogadicción, y Lis, que carga con un diagnóstico psiquiátrico, da por hecho que la locura corre en sus genes, que ella es portadora del gen que llevó a su abuela a matarse, del gen de la locura.

Asimismo, afirma que su intención era «darle la vuelta a este cliché del género de terror que inaugura 'Otra vuelta de tuerca' de Henry James». En esta novela, recuerda, una institutriz nos cuenta en primera persona cómo llega a habitar una casa por la que deambulan los fantasmas de su predecesora y su amante, pero el giro final nos descubre que, en realidad, nada de lo que nos ha contado era cierto, que simplemente estaba «loca» (es decir, viendo cosas que nadie más veía y que eran proyecciones de sus nudos histéricos).

«En lugar de una novela en la que al principio hubiera fantasmas y al final se demostrara que lo que había era locura, yo quería escribir lo contrario: una novela en la que parezca que todas están locas y al final se demuestre que no estaban locas, que había fantasmas. Porque así se pone en jaque la idea de que la 'locura' sea algo objetivo y estable, un lugar de restauración del orden», concluye.