De izquierda a derecha, los actores Bruno Bergonzini, Antónia Torrens, Roger Casamajor y Àngela Molina, con el director del filme, Agustí Villaronga, y la productora, Isona Passola.

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GEMMA CASADEVALL La cinematografía española se estrenó ayer en la sección a concurso del Festival de Berlín con la proyección de «El Mar», del director mallorquín Agustí Villaronga, exponente de un cine intenso, extraordinariamente bien filmado, pero de difícil digestión. La película fue muy bien recibida por el público, que le dedicó un cerrado aplauso después de los dos pases que se efectuaron ayer "el primero para la prensa y el segundo abierta a todo el público". A ambos pases asistió el conseller d'Educació i Cultura del Govern balear, Damià Pons, acompañado del director general de Cultura, Pere Muñoz.

BERLIN

Rodada en la Mallorca que apenas se conoce ya, la de tierra adentro y desde la que no se ve el mar, y con el escenario de un sanatorio para tuberculosos en la postguerra, «El mar» es todo lo contrario a una excursión turística por las maravillas de la isla. El filme no ahorra al espectador escenas desagradables y hasta repulsivas, desde el punto de vista de contenido y también formal, hasta el punto de sugerir la sensación de que Villaronga tiene cierta predilección por las imágenes escabrosas. «Es una película violenta, dura, porque así tenía que ser», defendió el director, con el argumento de que la suya es una cinta de «atmósfera», que trata de reflejar el mundo contenido en la novela del fallecido Blai Bonet.

La homosexualidad sumergida y la explícita, la obsesión por la religión, por la muerte, el diablo y la tentación son el contrapunto argumental de la historia de dos amigos que, siendo niños, fueron testigos del fusilamiento de los hombres del pueblo y «cómplices pasivos» del asesinato de un chico de su misma edad.

La adaptación de la novela de Bonet se apoya en la excelente interpretación de un terceto de jóvenes actores, Bruno Bergonzini, Roger Casamajor y Antònia Torrens, secundados por Angela Molina. El trío de representantes de la nueva generación reconoció tener poco que ver con la relación morbosa con la religión de que hacen gala sus protagonistas. Para Villaronga, esa es la realidad que se vivía en la Mallorca inmediatamente anterior a la llegada del turismo y aún perceptible en el interior de la isla. «Es una Mallorca distinta de la de sol y playa que conocen los alemanes de hoy», dijo el director, «pero es la que viví en mi infancia y la que Blai Bonet reflejó en su novela». «En Dios se puede creer o no, pero no es posible ignorarlo», apuntó la veterana actriz Àngela Molina, quien el pasado año presidió el jurado del Festival y en esta quincuagésima edición fue recibida con la ovación que se dedica sólo a las grandes divas. «El Mar» se proyectó en su versión original en catalán insular, con subtítulos en inglés, y dejó en el espectador un sabor más que amargo en su primer pase del día para la prensa, a primera hora de la mañana.

Se trata de una película difícil de aconsejar a nadie, por la violencia de su contenido y la crudeza de sus escenas, porque no concede ni un resquicio de alivio argumental y porque, desde su butaca, el espectador sabe que dureza de partida solo puede conducir a un final aún peor.