La cinematografía española se estrenó ayer en la sección a concurso
del Festival de Berlín con la proyección de «El Mar», del director
mallorquín Agustí Villaronga, exponente de un cine intenso,
extraordinariamente bien filmado, pero de difícil digestión. La
película fue muy bien recibida por el público, que le dedicó un
cerrado aplauso después de los dos pases que se efectuaron ayer "el
primero para la prensa y el segundo abierta a todo el público". A
ambos pases asistió el conseller d'Educació i Cultura del Govern
balear, Damià Pons, acompañado del director general de Cultura,
Pere Muñoz.
BERLINRodada en la Mallorca que apenas se conoce ya, la de tierra
adentro y desde la que no se ve el mar, y con el escenario de un
sanatorio para tuberculosos en la postguerra, «El mar» es todo lo
contrario a una excursión turística por las maravillas de la isla.
El filme no ahorra al espectador escenas desagradables y hasta
repulsivas, desde el punto de vista de contenido y también formal,
hasta el punto de sugerir la sensación de que Villaronga tiene
cierta predilección por las imágenes escabrosas. «Es una película
violenta, dura, porque así tenía que ser», defendió el director,
con el argumento de que la suya es una cinta de «atmósfera», que
trata de reflejar el mundo contenido en la novela del fallecido
Blai Bonet.
La homosexualidad sumergida y la explícita, la obsesión por la
religión, por la muerte, el diablo y la tentación son el
contrapunto argumental de la historia de dos amigos que, siendo
niños, fueron testigos del fusilamiento de los hombres del pueblo y
«cómplices pasivos» del asesinato de un chico de su misma edad.
La adaptación de la novela de Bonet se apoya en la excelente
interpretación de un terceto de jóvenes actores, Bruno Bergonzini,
Roger Casamajor y Antònia Torrens, secundados por Angela Molina. El
trío de representantes de la nueva generación reconoció tener poco
que ver con la relación morbosa con la religión de que hacen gala
sus protagonistas. Para Villaronga, esa es la realidad que se vivía
en la Mallorca inmediatamente anterior a la llegada del turismo y
aún perceptible en el interior de la isla. «Es una Mallorca
distinta de la de sol y playa que conocen los alemanes de hoy»,
dijo el director, «pero es la que viví en mi infancia y la que Blai
Bonet reflejó en su novela». «En Dios se puede creer o no, pero no
es posible ignorarlo», apuntó la veterana actriz Àngela Molina,
quien el pasado año presidió el jurado del Festival y en esta
quincuagésima edición fue recibida con la ovación que se dedica
sólo a las grandes divas. «El Mar» se proyectó en su versión
original en catalán insular, con subtítulos en inglés, y dejó en el
espectador un sabor más que amargo en su primer pase del día para
la prensa, a primera hora de la mañana.
Se trata de una película difícil de aconsejar a nadie, por la
violencia de su contenido y la crudeza de sus escenas, porque no
concede ni un resquicio de alivio argumental y porque, desde su
butaca, el espectador sabe que dureza de partida solo puede
conducir a un final aún peor.
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