Antonio Buero Vallejo falleció en la madrugada de ayer en una
clínica de Madrid, a la edad de 83 años, después de que el jueves
por la tarde entrara en coma tras sufrir un infarto cerebral. «Fue
un hombre bondadoso, sin rencor alguno», recordaba María Jesús
Valdés, a quien el dramaturgo y académico de La Lengua dedicó «La
tejedora de sueños».
Sólo unos días antes, el pasado domingo, había tenido la
oportunidad de dar un último beso a Buero Vallejo. Fue en el
madrileño Teatro María Guerrero a donde, a pesar de la enfermedad y
la flaqueza de fuerzas, el autor de «La Fundación» había acudido a
ver una representación de «La visita de la vieja dama», de
Durrenmatt. «Fue como una premonición. Sentí que se quería morir»,
añadía la actriz.
Y ha sido en el María Guerrero, sede del Centro Dramático
Nacional, un edificio centenario en el que Buero Vallejo vivió los
nervios y el éxito en muchos días de estreno, donde todos aquéllos
que le querían y admiraban, gentes del teatro y personas anónimas,
han podido darle su último adiós.
Allí, en medio de un patio de butacas en penumbra, iluminado tan
sólo por la luz de un foco, sobre un túmulo cubierto con una tela
de terciopelo granate "un color muy teatral" y flanqueado por
cuatro grandes candelabros, quedó depositado, después del mediodía,
el féretro, abierto, con el cuerpo sin vida de Buero Vallejo
envuelto en un sudario blanco que dejaba ver su afilado rostro.
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