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LAURA MOYÀ Un cielo estrellado roto por algún que otro avión. Quietud. Silencio. Un público hechizado. Un escenario con una mujer, una guitarra y un bajista. Ella, Suzanne Vega. Su acompañante, Michael Visceglia. La cantante estadounidense actuó la noche del viernes en el Monasterio de Monti-sion de Porreres. Con este concierto ponía punto y final a su gira. «Gracias por venir. Podéis pedir lo que queráis». Con estas palabras, Vega inició el recorrido por su música. Una pregunta clave: «¿Sabéis inglés?». Respuesta del público: un poco o nada. Otra: «¿Y alemán? Es una broma». Risas. Vega mostró su lado más intimista a lo largo de la velada.

Hablaba casi entre susurros, explicando sus canciones, sus temas, sus letras. La luz la iluminaba a ella y a su inseparable guitarra, que ofrecía destellos que se reflejaban en los arcos del claustro. El bajo la acompañaba en perfecta armonía. Entre canción y canción, aplausos y un gracias en castellano. Luego, la definición del siguiente tema. Sus letras recorrieron los puertos, «me encantan las ciudades portuarias como Palma; sus viajes y sus momentos y su primer amor de verano, «aunque de eso ya hace mucho».

Vega experimentó sobre el escenario. A mitad de concierto, dejó su guitarra y cantó acompañada únicamente por su bajo y sus palmas. Luego, ambos dejaron sus instrumentos. La voz de la cantante se oyó a través del palmeo de su bajista sobre sus muslos. Una canción corta que sublimó al público. Más aplausos y una pregunta de un espontáneo: «¿Cuándo tocarás «Luka»?. Respuesta: «Contestando a su cuestión, debe saber que siempre la dejo para el final del show».