Su primera maestra le dijo que tenía dotes como bailarín y que
continuara bailando porque, en un año, sería otra persona. Así fue.
José Manuel Ibancos empezó su carrera de hotel en hotel, mostrando
lo que había aprendido a los turistas en un grupo de danza española
llamado Ballet Aranjuez. Descubrió que esto no le bastaba, que
necesitaba más, pero que, si quería avanzar, tenía que salir de la
Isla. Así lo hizo. Seis años después, se prepara para ir con la
compañía de Paco Romero a Grecia, México y Colombia con un
espectáculo homenaje a las grandes figuras de la danza española,
como Carmen Amaya y Antonio el Bailador.
En Madrid estudió junto a profesionales como Aída Gómez o
Antonio Márquez. «Tuve que marcharme de Mallorca porque la única
aspiración a la que puedes llegar aquí es bailar en hoteles»,
explica. En la capital del Estado se sacó la carrera de Danza
Española en el Conservatorio Superior. «En Mallorca no existe esta
modalidad», afirma. En la Isla puede encontrarse «mucha afición»,
pero sería «imposible hacer una compañía porque no hay ni
bailarines preparados ni un buen nivel de danza española».
Desde la generación de Gades y Antonio, no habían salido
intérpretes famosos que rompieran con lo establecido. «No había
evolución, estaba como congelado». Canales y Joaquín Cortés
introdujeron ese cambio esperado y pusieron el flamenco «de moda
alrededor del mundo». Estos bailarines «han abierto muchas puertas
en el mundo entero». Sin embargo, hoy, muchos jóvenes creen que
«dejarse el pelo largo y zapatear cualquier cosa ya es bailar».
Además, este afán por el flamenco ha relegado a la danza española a
un segundo plano. «Está decayendo porque la gente quiere bailar lo
comercial». «Lo básico en esta profesión consiste en trabajar
constantemente», dice Ibancos.
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