La historia nos sitúa en el primer tercio del siglo XV. Alfons
de Borja era consejero del monarca. Entre ellos se estableció una
simbiosis basada en el asalto sistemático de las rentas, los bienes
y los derechos de una Iglesia que se encontraba acorralada. Alfons
de Borja, después papa Calixto III, colaboró activamente en el
expolio, poniendo al servicio del Magnánimo su gran inteligencia y
sabiduria jurídica. Ahora, algunos aspectos desconocidos que
guardan referencia con Mallorca han sido investigados por Miquel
Navarro Sorni y Luis Pablo Martínez. Los dos estudiosos aportan
documentación que contradicen hechos hasta ahora considerados
verídicos. Destaca que no fue el monarca Martí V, sino Alfonso el
Magnánimo, el que colocó a Alfons de Borja en la Seu mallorquina
como testaferro.
Durante los preparativos militares que precedieron al inicio del
conflicto con Castilla, en 1429, empleó las ya vacías arcas del
Obispado para cubrir los caprichos de El Magnánimo. Sólo entre mayo
y junio de 1429 le facilitó más de 4.424 florines de oro de
Mallorca, entre otras cosas, para financiar la indumentaria y armas
del infante Pedro, hermano del rey. Este «escandaloso» pasado,
cuando Alfonso de Borja se convirtió en Calixto III (1455) se
encubrió con una explicación moralizante que presentaba al nuevo
Papa como un personaje alejado de toda ambición y de la vanidad
mundana.
Previamente, la elevación al obispado de Valencia después de
conseguir reducir a Gil Sánchez Muñoz, el antipapa Clemente VIII,
le posibilitó una diversificación de sus estrategias de promoción
para él y su familia. El nuevo ciclo culminaría con una ruptura
abierta con el monarca. La figura de Alfons de Borja se presenta
como un arquetipo del siglo que le tocó vivir, como un exponente
perfecto de su tiempo y es el inicio de un gran linaje. Fue un
jurista cuya figura no estuvo suficientemente destacada.
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