Joan Barbarà y Joan Miró, con los lápices en la mano, en pleno proceso creativo.

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Joan Barbarà ha trabajado con algunos de los pintores más importantes del siglo XX. Tàpies, Miró, Picasso o Chillida son sólo un pequeño ejemplo de los nombres que pasaron por su taller de grabado, un taller que conmemora su cincuenta aniversario con una exposición, «50 anys del taller de gravat de Joan Barbarà», que recorre en el Casal Solleric su producción desde sus inicios hasta el presente. El montaje incluye sus propios grabados, aquellos que quedaron en un segundo plano eclipsados por su trabajo con los grandes nombres del arte. La muestra se inaugura hoy durante la Nit de l'Art.

-Usted abrió su taller a los 23 años. ¿Nació de la necesidad de tener un espacio propio?
-Fueron un conjunto de circunstancias que convergieron en aquel momento. En esa época no había una gran divulgación del grabado, vivíamos unos años grises. Tener la suerte de poder conectar con gente a quien pude asesorar y pude ampliar la visión que tenía del arte del grabado, me animó mucho, al igual que el diálogo establecido con los artistas.

-Después llegó París y su amistad con Miró.
-A París llegué gracias a una beca de un mes que, después, se convirtió en una vivencia de dos años. Amplié mis conocimientos, los hice más internacionales y pude conocer a todo el París cultural, además de trabajar en los dos talleres de grabado más importantes de la ciudad. Conocí a Miró en un taller de Montmartre, Lacourière. Miró subía las escaleras para hacer ejercicio y yo le acompañaba. Años después nos reencontramos en Barcelona.

-¿Cómo era el Miró grabador?
-Era un hombre muy sencillo, siempre trabajaba con aquellas personas con las que pudiera existir un diálogo. Nuestro diálogo duró hasta el último momento de su vida, aquí, en Son Boter. Trabajábamos muy a gusto, teníamos mucha confianza. En París, cuando terminábamos la jornada, siempre nos esperábamos para contemplar la ciudad de noche. Miró aprovechaba esos instantes para preparar el ejercicio del día siguiente. Siempre dejaba claro qué quería, era muy meticuloso y ordenado. Existía una gran familiaridad.

-¿La confianza con los artistas era necesaria para poder trabajar con ellos?
-Se establecía. El artista venía a trabajar, era el único nexo entre los dos. Cada uno tenía su carácter y, de cada uno, se podían extraer unas vivencias.

-Su taller también ha trabajado con artistas isleños como Miquel Barceló o Rafa Forteza.
-Fue la época en la que mi hijo, Tristán, tomó las riendas del taller. Él amplió el sector y decidió introducirse en Mallorca por nuestros vínculos con la Isla, sobre todo personales y emotivos. Y, también, por Miró y su amor por Mallorca, un factor que también influyó.

-Siempre quiso hacer sus propios grabados, ¿alguna vez se sintió triste por no poder dedicarse a su principal pasión?
-Era mi asignatura pendiente. En el fondo, me hacía sufrir porque era muy doloroso que algo vocacional no pudiera realizarse. Ahora, me dedico plenamente a grabar mis piezas. Hago mi obra y no se parece a ninguna de las que he realizado en mi taller a lo largo de los años. Estoy conforme con lo que he hecho durante este tiempo, no orgulloso.