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Con una densidad de público por metro cuadrado que superó cualquier otra estampa que haya mostrado la Sala Assaig -y las ha habido muy gratificantes-, Youssou N'Dour concluía el periplo de su gira española el pasado jueves. La verdad, y a tenor de los más recientes acontecimientos que van dejando una estela compartida entre el éxito y el compromiso, no ha venido nada mal ese retraso en su presentación palmesana; su participación en el reciente megaconcierto contra el SIDA, en Sudáfrica, compartiendo escenario con U2 y Dave Stewart, organizado por Nelson Mandela, ha elevado aún más, si cabe, la popularidad del cantante senegalés más reconocido y aclamado por el mundo entero.

Un interés que se puso claramente de manifiesto por esa rotunda respuesta no solo reflejada en sus compatriotas, -el hecho ya se presumía de antemano-, sino en el resto de público en general, con el que prácticamente se repartiría la sala mitad a mitad. Con media hora de retraso sobre el horario establecido, un ritmo incesante se adueñó de la velada, convirtiendo la justificada impaciencia en una auténtica ovación; y es que N'Dour, desde ese mismo instante, contaría con todos los beneplácitos posibles. Prevendas que, por otro lado, serían totalmente innecesarias, ya que su propuesta es capaz de convencer, hacer vibrar y bailar a toda una audiencia, por muy apiñada que se presente.

Este embajador de la FAO, con esa tímbrica vocal especial que se desenvuelve con absoluta comodidad en los registros altos y arropado por una banda que funciona como un solo cuerpo sonoro de apabullante intensidad, desplegó algo más de hora y media de concierto protagonizado por la presentación de su último «Nothing's in vain», junto con algunas canciones de anteriores trabajos. Éxitos como «Africa, Dream Again» o su aclamado, y popularizado junto a la cantante Neneh Cherry, «Seven seconds», identificaron los momentos más álgidos de una velada en la que la fuerza rítmica, sobre la que se apoya su trabajo, no aflojó ni un ápice.

Vivimos una velada intensa, prácticamente explosiva, cargada de esa música que conserva un gran respeto por lo popular, a la vez que se le imprime la visión más contemporánea y actual. Porque, sobre todo, y sin olvidar sus raíces, la música de Youssou N'Dour es presente. Un presente que pretende hablarnos también de otra Àfrica distinta a la de las guerras, a la del hambre. Un presente que también es alegría, sonrisa, paz y esperanza.

No faltaron, como en todo buen espectáculo, esos momentos de espectacularidad, con efectos claramente dirigidos a la galería, pero siempre gobernados desde la coherencia musical. La danza, inherente a la música africana, fue otro más de los importantes ingredientes que, de principio a fin, hicieron de la velada un éxito redondo. Quizá sólo se echó en falta, y dado el clímax alcanzado, una mayor generosidad en los bises. Pero la verdad es que, por mucho que nos ofreciera, nunca hubiéramos tenido bastante.