Hablar con Marta Pessarrodona implica hablar de Mercè Rodoreda,
de Caterina Albert, de Clementina Arderiu o de Virginia Woolf.
Supone hacer un repaso a las autoras más relevantes de la
literatura, a sus referentes, a sus antecesoras. Ayer, la poeta
charló sobre el presente de Caterina Albert en la UIB dentro del
ciclo dedicado a rememorar el centenario de la publicación de
«Solitud», obra que escribió bajo el pseudónimo de Víctor Català.
Y, como no podía ser menos, rememoró a sus heroínas.
-¿Qué queda de Caterina Albert en la literatura
actual?
-«Solitud» es una obra clave de la literatura. Sin embargo, el
centenario de su aparición ha pasado desapercibido, algo
inadmisible. Caterina Albert fue una poeta importante y no se la ha
tenido en cuenta lo suficiente. Se conoce su obra poética pero se
ha dejado de lado sus novelas. Su figura como narradora debería
respetarse más. Autodidacta, fue, también, una pintora y una
mecenas, un personaje complejo, que vivió una vida larga. Su poesía
puede parecer anticuada, pero es fruto de su época.
-¿Por qué anticuada?
-Porque la vemos desde el presente. Mi propia poesía se considerará
anticuada dentro de unos años. Caterina Albert fue una escritora
muy profesional. Al igual que Mercè Rodoreda, jugaba a parecer
inocente, como si sus textos los escribiera una amateur, pero su
obra demuestra su profesionalidad. Sin embargo, tuvo mala suerte
histórica porque nació en mala época. No fue normista aunque no le
molestaba que normalizaran su gramática, llegó tarde a la
Renaixença y vivió la República y, como hacendada, tuvo
problemas.
-Ha comentado que Albert tenía puntos en común con
Rodoreda, escritora que también admira y de quien acaba de escribir
una biografía muy personal.
-He tardado dos años en terminar «Mercè Rodoreda i el seu temps»
porque mi implicación ha sido total. La conocí mucho y viví sus
últimos tres años de existencia. Para mí, este libro era una
obligación, fruto de una investigación exhaustiva.
-Albert tuvo que esconderse tras el nombre de un hombre
para poder escribir. ¿Ha tenido algún problema por ser
mujer?
-Sí. Incluso ahora, visto desde la distancia, he descubierto que el
yo poético de mis primeros tres libros era masculino, algo que
surgía desde el subconsciente. Cuando empecé, tenía serios
problemas para encontrar libros de Maria Antònia Salvà, Clementina
Arderiu y Caterina Albert. Entonces, me entró el pánico, el
vértigo: detrás de ellas, venía yo, una circunstancia que suponía
una enorme responsabilidad.
-¿Existe una literatura femenina?
-Sí, puede definirse como fragmentos de interiores, citando a
Carmen Martín Gaite. Se nos ha acusado de que en nuestras obras no
aparecen acontecimientos relevantes, algo falso. Un ejemplo. «La
plaça del diamant» es la mejor novela sobre la Guerra Civil que
existe sin que la contienda aparezca de forma evidente. Surge desde
la retaguardia, el punto de vista que tenía la mujer.
-Usted afirmó que «La poesía es como un
streaptease».
-Siempre es como un streaptease. Eres tú misma, estás explicando tu
interior. Nunca escribiré una autobiografía. Quien quiera conocerme
que lea mi obra.
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