Amaia Montero, sobre el escenario de Felanitx

TW
0

NICO BRUTTI

De bote en bote. Hasta la bandera. No hay más localidades. Cualquier frase de estas trasluce el apasionado peregrinar de la gente para oír, para ver, para disfrutar de la verbena que propone ir de concierto hasta el Parc de sa Torre para disfrutar de los donostiarras La Oreja de Van Gogh.

Al igual que hace dos años, quedó pequeño el lugar para dar cabida a tanta pasión por este grupo que apenas tiene cuatro discos editados, el último de ellos recién salido. Sin embargo, el quinteto de pop parece no tener techo. Su gira Tour 2006 incluye más de cuarenta conciertos repartidos por toda España y su nueva producción se encamina hacia sucesivos discos de platino.

Mallorca significa sólo una parada en ese girar casi infinito y el público, que se dio cita en masa en la noche de Felanitx, quiso que los donostiarras no le olvidaran fácilmente. Cosa que en realidad sucedió. Amaia Montero rememoró el concierto de dos años atrás con suma facilidad, evocando su cumpleaños festejado y cantado en escena. De aquella actuación, casi, casi que quedó en la tarta y las velitas sopladas.

La del lunes por la noche, más allá de la entrega de las más de ocho mil personas soportando el calor, no se pareció mucho, realmente. Y no es que hayan sonado mal, ni que Amaia se mostrara chula o antipática. Es que el concierto fue siempre una reiteración de la canción anterior en términos de emoción.

Conservan un gran profesionalismo. Amaia, más allá de alguna limitación con su voz, sigue afinada y cuando quiere sensual, provocativa. La banda luce ajustada, sin ningún yerro y con sus virtuosismos intactos. Pero no llega como antes.

Según parece, de todos modos, eso a la gente le tiene sin cuidado. Porque cuando a las diez y media las luces se apagaron y arriba comenzó a sonar «Noche», tema que abre su nuevo disco «Guapa», Felanitx tembló.

La rubia Amaia salió de negro estricto, top de tirantes y bermudas. Al concluir la primera canción, se despachó con un «Buenas noches Palma» que hizo que más de uno esbozara una risita sarcástica ante el error. Pero al grueso del público pareció no importarle, dadas las muestras de cariño que partían de debajo del escenario.