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MARIANA DÍAZ
Barceló y Ruggeri, dos artistas, dos concepciones del arte sacro, dos proyectos para la Seu y sólo uno se materializó, el del primero.
Barceló se centró en el mural cerámico y trabajó la luz, los vitrales y el mobiliario como algo secundario, «pendiente de resolver», según Mercè Gambús, buena conocedora de ambos proyectos para la Capella del Santíssim.

Ruggeri «lo hizo al revés». En su diseño partía del sagrario, -puesto que se trata de una capilla para el culto, de uso diario y que alberga la reserva del Santísimo-, después venía la luz, luego el mobiliario y, por último, el mural de piedra. Su reforma de la citada capilla, presentada al Cabildo en 1989, incluía «un muro ondulante con aristas, tipo Gaudí, de piedra color de la tierra que estaba vinculado a los nervios de la bóveda y de esta forma establecía la conexión gótica con lo contemporáneo», explica Gambús. La luz de los vitrales, que en el caso de Ruggeri no eran oscuros, como los de Barceló, se reflejaría en este muro y se dispersaría a modo de luz «envolvente, mistérica». Según Gambús, «la de Ruggeri era la intervención de un creyente que estudia el misterio de la arquitectura sacra, que no religiosa, y que hace un estudio impresionante del trabajo de Gaudí, recupera el espacio de luz y la geometría aplicada».

El diseño de Ruggeri no fue aceptado por el Cabildo, que pidió informes a expertos, entre ellos el arquitecto Gabriel Alomar, quien se manifestó en contra de que se desmontara el retablo neoclásico del siglo XIX que decoraba la capilla. Ruggeri había presentado una maqueta de su proyecto al Cabildo y éste la prestó a Barceló, que no la ha devuelto a la Seu, aunque se le ha reclamado reiteradamente.

Trabajar en una catedral católica, que al fin y al cabo es un lugar de culto, necesita, como explica Gambús, «entender esto, meterse hasta el fondo». ¿Lo hizo Barceló, ateo confeso? No es una pregunta a la que la historiadora del arte pueda responder, pero sí está en condiciones de reflexionar sobre los resultados de la intervención barcelonina tras un año desde su inauguración. «No acaba de integrase en el conjunto de la Seu, no está acabada, es como si la cerámica, el mobiliario y los vitrales fueran tres cosas diferentes, predomina demasiado la piel cerámica».

Los vitrales de Barceló son oscuros e impiden el paso de la luz natural, el elemento que armoniza la integración de una intervención en el conjunto de una catedral gótica. Es luz eléctrica la que ilumina la capilla y la cerámica. «Deben estudiarse la gradación de la luz eléctrica respecto a la obra y también la posición de algunos vitrales, porque la luz no dialoga con los vitrales, hay que estudiarlo». En cuanto al mobiliario, «está colocado, no integrado».

En este punto cabe recordar que Joan Darder, presidente del Cabildo, contó hace unos días, durante una conferencia, que a «Barceló le molestaba el altar porque tapaba su obra, quería poner uno portátil». Resulta difícil imaginar una capilla para el culto católico sin altar.

Gambús avaló que Barceló trabajara en la Seu y repite su apoyo al fallecido Ruggeri porque entiende el edificio como algo «vivo», en el que «los nombres se ponen al servicio de la arquitectura, la Seu absorbe a todos sus nombres».

Finalmente, del trabajo de Barceló en el templo destaca su «aportación técnica, la cerámica como metáfora simbólica en la que la iconografía ha quedado en segundo plano, la cerámica le ha servido para experimentar, crear el misterio de la vida a través del material». También dice que «fue valiente ante el reto» y que creó «una nueva tipología de retablística introduciendo la experimentación técnica como alegoría, como símbolo eucarístico».