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Josep Maria Sirvent (Llívia, Gerona, 1957) habla de arte, pero lo hace con el lenguaje de sus raíces, de la naturaleza y de las sensaciones que el escultor catalán, afincado en Mallorca, intenta transmitir a través de su obra. Sumergido en infinidad de proyectos, Sirvent viajará próximamente a México para inaugurar una escultura monumental en la ciudad de Monterrey, aunque antes tendrá que acudir a su habitual cita con ARCO, donde presentará una pieza de la serie Anells y cuatro esculturas de granito y acero.

El escultor siempre ha trabajado con los mismos materiales. El acero corten, «porque admite transformación y transmite fuerza», y el granito, «un sinónimo de naturaleza, fuerza, raíces y honestidad», señaló Sirvent. Pero su experiencia en Sudamérica, y especialmente en México, ha provocado en el artista la curiosidad de experimentar con el color, «planteándolo como un material más». Por eso, en piezas como la perteneciente a la serie Anells, Sirvent ha utilizado cobre, zinc, acero inoxidable, bronce en sus distintas formas de pátina, y granito en diferentes colores.

La evolución en este ámbito, «no ha cambiado la esencia de la obra», apuntó Sirvent, quien estará presente en ARCO con una pieza de más de dos metros de altura, en la que ya introduce el color, y cuatro piezas de mediano formato «que siguen mi línea habitual de trabajo con granito y metal».

La densidad también es muy importante en las obras de Sirvent. «Siempre quiero que tengan el máximo peso porque transmite seguridad y lo relaciono con una identidad personal muy fuerte», apuntó el escultor.

Si el peso en su obra es sinónimo de raíces y consistencia, con ella Sirvent presenta una identidad que pesa. Como las 150 toneladas de Mirada, una escultura horizontal diseñada para formar parte del cauce del río Santa Catarina, siguiendo la Ruta del Acero y del Cemento, de Monterrey, México. Con esta obra, suspendida parcialmente en el aire, Sirvent ha querido crear un marco vacío de 22 metros de altura, que permitirá el espectador enmarcar una parte de la naturaleza, permitiendo así «un diálogo entre la obra y la persona que la mira».