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Los almendros que decoran el paisaje durante el trayecto en tren entre Manacor y Palma inspiraron al escritor italoargentino Antonio Dal Masseto para elaborar el relato Los almendros. ¿El motivo de su viaje? Ir a visitar a su nieto recién nacido. De aquella escena han pasado ya seis años, y, desde entonces, el ganador del Planeta latinoamericano visita muy a menudo a su hija y su nieto, residentes en la Isla, un lugar del que confiesa estar enamorado y en el que se siente muy tranquilo. Dal Masetto habla de su vida, de su obra, de Mallorca y de su visión del mundo editorial.

—Albañil o heladero fueron algunos de sus oficios durante su juventud. ¿Cómo logró ese joven cumplir su sueño y convertirse en escritor de éxito?

—El éxito es muy relativo, depende mucho de la persona. A mi me llegó en la madurez, pero si te viene de joven la vanidad puede aparecer en escena y eso es muy peligroso. Cuando era niño, en un pequeño pueblo de Italia, ya sentía mucha curiosidad por la literatura y los libros, y cuando llegué a Argentina los libros me abrieron una puerta a un mundo que jamás podría haber imaginado.

—Suele viajar aquí a la Isla, donde residen su hija y su nieto. Literaria y personalmente, ¿qué le sugiere Mallorca?

—Siempre digo que es un lugar maravilloso para trabajar, desde que vine por primera vez en 2001. Es un lugar tranquilo donde uno siente que es menos duro morir, me da una sensación de paz que no puedo explicar. Todas esas sensaciones me han inspirado en algunas de mis obras. Ésta es la diferencia entre la Isla y Buenos Aires, un lugar gris, oprimente, con noticias alarmantes y un ruido infernal. Definiría Mallorca como tranquilidad.

—¿Qué supuso para usted alzarse con el Premio Planeta Biblioteca del Sur?

—Cuando los premios vienen son bienvenidos, te afirman y te hacen sentir seguro. Es muy gratificante la dotación económica, ya que los escritores, en general, no tenemos un oficio fácil. Las ganancias por un libro no siempre van bien, y tampoco te puedes fiar de las editoriales.

—¿Qué problema tiene con las editoriales?

—El problema es de fondo. Antes, hace muchos años, las editoriales eran fábricas de libros, y estaban hechos por personas que amaban la literatura y respetaban a los autores, y también los impulsaban. Hoy en día, tratar con editoriales significa sentarse en una mesa con un ejecutivo, a quien sólo le importa vender, ya sean libros buenos o malos, como si fuesen latas de tomate, sería lo mismo. Su único objetivo es hacer negocio. Tampoco apoyan a los autores jóvenes, porque necesitan tiempo para dar frutos y eso no interesa.

—Los recortes están levantando ampollas en España y la gente se está movilizando. ¿Importa a los políticos lo que piense el pueblo?

—El pueblo es el que siempre acaba sufriendo las consecuencias de las malas decisiones de los políticos, y nada cambiará. Los ricos seguirán haciéndose ricos y los pobres serán aún más pobres. En mi opinión, y por la experiencia en Argentina, lo peor está aún por llegar, pero se saldrá adelante, eso seguro.

—¿Qué visión se tiene en Sudamérica de lo que está ocurriendo en Europa?

—Inesperado sería la palabra, allí nunca pensamos que este primer mundo iba a cambiar. Europa abandonó su lugar de liderazgo muy rápido, algo muy sorpresivo.