La obra del español Joan Miró «Femme et oiseaux», parte de su célebre serie «Constelaciones».

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La obra del español Joan Miró «Femme et oiseaux», parte de su célebre serie «Constelaciones», se remató este miércoles en una subasta en la sala Sotheby's de Londres por 24,57 millones de libras (27,87 millones de euros, 31,12 millones de dólares), récord para una obra del artista en libras esterlinas.

La pintura sobre papel, de pequeñas dimensiones (38 por 46 centímetros), superó los 23,56 millones de libras que en 2012 alcanzó otro trabajo de Miró, «Peinture (Étoile Bleue)», que según las cotizaciones de ese momento quedó valorado en 29,2 millones de euros (37 millones de dólares).

«Femme et oiseaux» (1940) es el octavo de una serie de 23 trabajos que el artista barcelonés (1893-1983) pintó durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial y que los expertos señalan como una de sus obras maestras.

La pintura del catalán se vendió en la misma subasta de arte impresionista y moderno en la que el cuadro de Wassily Kandinsky (1866-1944) «Bild Mit Weissen Linien» (1913) alcanzó 33,01 millones de libras (37,44 millones de euros, 41,81 millones de dólares), un récord para una obra del artista ruso.

Miró ejecutó los primeros cuadros que conforman «Constelaciones» en Francia, donde vivía desde 1936, y concluyó la serie en España, a donde regresó cuando los nazis ocuparon París, semanas después de que Miró finalizara «Femme et oiseaux».

El artista se encontraba profundamente angustiado por la situación política en España y en Europa, y encontró refugio psicológico en el obstinado trabajo que le llevó a crear esa serie pictórica.

«Miró siguió pintando en ese periodo y los trabajos que produjo fueron los más meticulosos hasta la fecha. Tomó una decisión y la mantuvo: cerrar los ojos ante la noche oscura que se cernía sobre la civilización», describió en una publicación de 2012 el crítico francés Jacques Dupin.

El pintor plasmó en ese grupo de trabajos, ejecutados todos ellos en el mismo cuaderno, una visión abstracta del mundo en la que objetos de líneas simples, de color rojo intenso y azul ultramarino, conviven con destellos amarillos y blancos sobre un fondo oscuro.

Se trata de «un fascinante ejemplo del celebrado lirismo de Miró y de su capacidad para expresarse libremente durante la Segunda Guerra Mundial», describe la casa Sotheby's en el catálogo de la subasta de arte impresionista y moderno en la que se vendió la pintura.

La otra estrella de la sesión fue el lienzo de Kandinsky «Bild Mit Weissen Linien», un óleo de 120 por 110 centímetros que marca un punto de inflexión en el recorrido del artista hacia la abstracción.

La obra, que nunca había salido a subasta ahora, es fruto de «un Kandinsky en lo más alto de su capacidad creativa», sostuvo Helena Newman, codirectora de la sección de arte impresionista de la casa de subasta en Europa.

El año 1913 fue un momento crucial para la carrera del genio ruso, que ejecutó en pocos meses otras de sus obras más relevantes, como «Composition VI» y «Composition VII».

En ese periodo, Kandinsky comenzó a inspirarse en el lenguaje musical para dar forma a sus obras pictóricas, y estableció correlaciones entre colores, emociones y sonidos.

En sus composiciones de ese periodo, el verde está ligado al silencio y a tonos medios de música de violín, mientras que el amarillo se percibe como notas altas del mismo instrumento, a diferencia del azul, que sugiere una melodía apagada.

Una paleta igualmente variada se aprecia en «Murnau - Landschaft Mit Grünem Haus» (1909), una obra previa de Kandinsky en la que todavía impera la atracción por los paisajes y la visión romántica de la vieja Rusia, un trabajo que se remató hoy por 20,97 millones de libras (23,78 millones de euros, 25,72 millones de dólares).

Se subastó asimismo en Sotheby's la escultura del suizo Alberto Giacometti (1901-1966) «Grande Figure» (1947), una representación femenina de 130 centímetros de altura que alcanzó un precio de 17,93 millones de libras (20,26 millones de euros, 22,71 millones de dólares).

La obra se enmarca en el periodo en el que Giacometti se reencontró tras la Segunda Guerra Mundial con París, su hogar espiritual, donde recuperó sus viejas rutinas y una inspiración que le guió para crear algunos de sus trabajos más apreciados.