Marisa Paredes ha recibido el premio del Evolution International Film Festival de Palma. | P. Bota, M. Díaz

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La actriz Marisa Paredes es, no solo una gran dama de la escena, sino de la vida.

Divertida, inteligente, sabia, excepcionalmente bella y elegante, es fácil dejarse seducir por su carisma y talento. La que es una de las musas de Pedro Almodóvar, un estado de gracia que asume como si la suerte le hubiera rozado al pasar, viajó a Palma como invitada estelar del Evolution Film Festival, que este viernes le entregó su premio honorífico.

Además, tras la proyección de La flor de mi secreto, que protagonizó a las órdenes del cineasta manchego, mantuvo un coloquio con los espectadores.

La que fuera jefa de las gentes del cine como presidenta de su Academia entre 2000 y 2003, época en que tuvo lugar la famosa gala de los Goya del ‘No a la guerra' contra la invasión de Irak, es una luchadora que lo tiene claro: «Nadie ningunea a las mujeres en el cine, eso ya se acabó; la sociedad tiene menos prejuicios, ha pegado un cambio y las mujeres hemos tomado una posición que hace que se fijen más en nosotras como personajes y actrices». Paredes, que en estos momentos está presente en la cartelera con Petra, la última película de Jaime Rosales, reflexiona sobre que «en España hay muchas directoras que eligen a una mujer como el personaje central, tal vez por conocimiento, y los directores jóvenes también, porque han nacido y vivido en otra sociedad».

Paredes, que ha trabajado en 77 películas, teatro y televisión, contó muchas anécdotas sobre su vida y su carrera. Como que su elegancia innata le viene de «los genes de mi abuela, doña Gabriela, una mujer elegantísima, era una campesina muy alta y con los ojos azules, yo soy la que más se parece a ella; mis abuelos trabajaban como guardeses en la finca de unos marqueses, en Manzanares del Real». Cuando decidió ser actriz, la gran preocupación de la familia fue «cómo se lo decíamos a la abuela, porque hace 55 años a las actrices se nos consideraba unas perdidas, unas viciosas». Su primer papel en el teatro lo consiguió porque Carmen Sainz de la Maza, que lo representaba, se puso enferma, «algo que se da mucho en nuestra profesión; salí nerviosa, pero segura de alguna manera, porque en el teatro tienes que resolver en un segundo y comunicar con el público».

En cuanto al cine, Almodóvar fue su talismán. «Trabajar con Pedro me marcó en todos los sentidos, a Marisa Paredes la conocen en casi todo el mundo por Pedro, y eso es muy importante, porque tu trabajo cobra una dimensión distinta; es un creador extraordinario, rompedor, irreverente». «Las mujeres», añade, «somos rompedoras, luchadoras, y eso Pedro lo vio enseguida, por eso el personaje de la mujer le parecía más estimulante, más estratégico».

Paredes trabajó a las órdenes de Agustí Villaronga en Tras el cristal (1987), premiada en tres festivales, una película dura, sobre abusos sexuales. «Habría que volver a verla, porque la pederastia está ahí».

Villaronga y Rosales son dos directores fetiche en la cinematografía española, reconocidos antes por la crítica y los cinéfilos que por el gran público. «El cine debe hacerse lo más cercano al público, pero éste tiene que ser inteligente para que no le den las cosas tan mascaditas; los directores de vanguardia quieren hacer las películas como las soñaban, yo creo que deben llegar a un público más amplio, pero sin renunciar a la esencia».