El campeón del VII Torneig de Drmatúrgia y autor de ‘Escalar un gegant’, Bernat Molina. | Pere Bota

TW
1

El pasado viernes, el Teatre Xesc Forteza de Palma acogía la esperada final del Torneig de Dramatúrgia. A un lado del dramático ring, el texto de Clara Ingold, Darrera opció, y al otro, el de Bernat Molina, Escalar un gegant. El dramaturgo lo recuerda con alegría y algo de alivio, ya que temía «que al ser algo tan personal no interesara a nadie más». Nada más lejos de la realidad, ya que la última palabra la tenía el público quien decidió que la emotiva obra de Molina era la merecedora del cinturón de campeón, otorgándole el reinado del teatro mallorquín hasta, por lo menos, la próxima edición.

Molina cuenta que presentarse al Torneig le «pareció una gran ocupación para ese tiempo en el que estamos en casa y nos volvemos locos sin saber qué hacer». Así arrancó un proceso de escritura y creación en verano que se prolongó durante todo el otoño. Confiesa, a su vez, que «me costó mucho decidir sobre qué escribir», por lo que fue tirando de lo que tenía más a mano: los fragmentos familiares de recuerdos y experiencias, desde su padre, pasando por su madre o su tía.

Idea

La idea, cuenta, «nace del confinamiento entre marzo y mayo, cuando me fui a vivir con mi padre porque no me parecía que fuera bueno para él pasar lo que iban a ser 15 días solo». Luego, como todos sabemos, esos 15 días fueron más de dos meses, en los que «hice un cambio de chip en cómo relacionarme con él».

Molina narra que ese aprendizaje, en realidad, «me había llevado años» en los que «comprendí que aunque he tenido una relación muy cercana a él, los consejos que le daba para facilitarle la vida no eran lo que él quería o necesitaba oír, sino que era lo que yo necesitaba decir».

Todo ese proceso de adaptación y, al fin y al cabo, conocimiento de su propio padre es algo de lo que Molina se siente especialmente «contento» por «haber podido contarlo y, sobre todo, condensarlo en unas pocas horas de ficción». Y es que esa es, realmente, la verdadera piedra de toque de una obra que no lo oculta en ningún momento, la «relación padre e hijo», que «en una situación extrema, obviamente ficticia, el hecho de estar encerrados les hace poder hablarse sin ningún tipo de prisa y favorece la comunicación entre ellos haciéndoles confesarse cosas que, quizá, en otra situación, nunca se hubieran dicho».

Esa circunstancia, en la que probablemente muchos lectores se vean reflejados, es algo que el autor cree «que ocurre en nuestra vida, cuando tus padres te cuentan algo que no sabías y piensas: ¿Cómo es posible que no supiera esto si hemos hablado mil veces?». De su padre, por cierto, cuenta que «no ha visto la obra, pero sí sabe que él me ayudó muchísimo a escribirla».

En cuanto al Torneig, Molina lo recuerda como «ir a jugar al Parchís o al Trivial con amigos. Obviamente quieres ganar, pero si no lo haces no pasa nada». También celebra el «ver cómo los actores hacían suyas mis palabras y, aunque decían lo que yo había escrito, aparecen las posibilidades de interpretación».

Ahora, Molina ya tiene su cinturón de campeón «colgado en una estantería de mi estudio, cerca de donde escribo» y confiesa que «pensaba que me lo daban en el escenario, pero que luego se lo quedaban. No sabía que era como la corona de Miss España que te lo quedas un año». Razón por la cual lo ha puesto a la vista, porque «ya me veía buscándolo por todas partes el cuando lo tenga que devolver».

El flamante campeón del Torneig de Dramatúrgia, pues, ha logrado escalar parte del gigante, aunque todavía queda camino hasta la producción final de la obra o hasta «grabarla en formato radio para que mi padre pueda escucharla», algo de lo que está «ansioso por hacer» porque, como él mismo dice, «de pequeño yo tenía ganas de escalar al gigante».