Sabemos que la nostalgia es mentirosa, que la carga el diablo, pero, a estas alturas de la película, igual no está mal tener a Mefisto de nuestro lado. Del lado del buen rock and roll, esa música perversa que conmocionó a la sociedad puritana a mediados del siglo XX. Desde entonces, poco ha evolucionado, sus argumentos siguen siendo toneladas de desenfreno, desinhibición y libertinaje envueltos en riffs que atraviesan el cuerpo e invitan a comerse el mundo. Algo que, volviendo al ferviente devocionario de Los Zigarros, es algo que sucede fuera de nuestra habitación, en la calle, en los bares, en los clubs y, sí, insisto, 'en la plaza del pueblo'.
Eterna
Le pregunto a Álvaro Tormo, guitarrista de la banda, por la eterna comparación con Tequila. «Nos preguntan por ellos en casi todas las entrevistas, pero como somos ultra fans no nos molesta, es algo que nos va a perseguir toda la vida». Más allá de la similitud de sus respectivas luminarias rock, lo cierto es que estéticamente también existe un paralelismo. Si bien hoy, ya nadie se escandaliza al ver a un tipo con pantalón de pitillo marcando paquete.
El revisionismo musical de Los Zigarros no acaba, obviamente, en Tequila. En ellos está la pose chulesca de Elvis y el vértigo musical de Chuck Berry, pero también las formas castizas de Burning. Son, a grandes rasgos, un logrado compendio de sus héroes y referentes, pero con una acusada personalidad propia. Y esa preponderancia les ha llevado a telonear a los Stones –otros de sus grandes 'padrinos'– en su gira española. «Fue alucinante, nos querían conocer y nos llevaron a una sala donde esperamos una hora, la más tensa de mi vida. Luego estuvimos mucho rato hablando, fueron majísimos. Somos tan fans de ellos que parecía que estábamos en una película, que no era cierto que estuviésemos hablando con Mick Jagger y compañía», expresa el guitarrista.
Artefacto
Si el repertorio de Los Zigarros es un contundente artefacto, ideal para la catársis colectiva, se debe, en gran medida, a su naturaleza simple. Canciones de tres acordes, letras que se entienden y con las que cualquiera puede empatizar, desarrollos electrizantes y ni rastro de experimentación, para eso ya están los gurús del sonido urbano. Un sota, caballo y rey de manual, como Dios manda. «Nuestra idea al arrancar la banda era recuperar la esencia del rock clásico, hacer canciones de tres acordes cortas e intensas».
La última referencia discográfica de los levantinos lleva por título ¿Qué demonios hago yo aquí?, un disco crudo y sin postproducción grabado en directo en el madrileño Circo Price poco antes del estallido de la pandemia. Aquellas dos veladas figuran entre las mayores reuniones del rock nacional de los últimos años. Fito Cabrales, Carlos Tarque, Leiva y Ariel Rot, entre otros primeros espadas, se unieron a una fiesta que, visto desde la perspectiva presente, parece de una vida anterior. «Recuerdo que fue super intenso, y dos meses después, mientras estábamos mezclando el disco, nos pilló el confinamiento y acabamos solos en casa. Fue acojonante, parecía el fin del mundo».
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