La Tremendita, que actuará en Palma, en una imagen promocional.

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El flamenco vivía en una especie de gueto, un ambiente cerrado al cálido resguardo espiritual de los puristas. Ese bunker saltó por los aires, bien entrados los 70, en una explosión de rebeldía y transgresión. Su incontenible afán por dialogar con otros géneros lo convirtió en una marca global, universal. ‘La Tremendita', alter ego de Rosario Guerrero, es una de las grandes renovadoras del flamenco. Su singularidad -iconoclasta, extrema y audaz- ha escrito una nueva variante expresiva de un género en desarrollo constante. Su música, apegada a la tierra, difícilmente podría ser más enfática que en La Tremenda (2021), su último trabajo, que presentará en el Teatre Xesc Forteza el próximo 12 de marzo, en el Festival Paco de Lucía.

¿Cuál es el punto de partida de La Tremenda?
—Viene forjándose desde hace dos años, cuando acabé mi anterior trabajo. Sentía la curiosidad de tratar el cante con otra textura y sonoridad.

¿Cómo funciona su brújula creativa?
—Es algo muy intuitivo y visceral, no hay una predisposición mental, soy una persona muy inquieta, necesito descubrir mundos sonoros diferentes. Las rutas planificadas me aburren.

Resulta evidente que es una artista con una lírica osada y comprometida, ¿qué lugar ocupan en su vida privada las causas que defiende en su música?
—Mi forma de defender mis temas es un reflejo de lo que soy a nivel personal. Hay mucho compromiso y verdad, no hay nada impostado, lo que hay es lo que soy.

Aunque está claro que el eje de su proyecto siempre es el flamenco, su música se expresa de muchas otras formas, ¿la transgresión o evolución del género se ha vuelto una obsesión para usted?
—Realmente no es algo que haga de forma premeditada, mi cabeza no busca una revolución, es algo que fluye en mí. Lo que más me atrae es la creatividad, tengo tendencia a emocionarme y sorprenderme.

Decía Niño de Elche en una entrevista que son más dañinos tres kilos de jamón que una raya de coca. Hay quien ha dicho que algo de razón lleva…
—(Risas) No lo sé, yo sería capaz de tomar tres kilos de jamón, pero la coca no la he probado. Me gusta mucho comer, de hecho mi entrenador me ha dicho que me lo tome con moderación. Pero, vaya, que me quedo con el jamón, además mi padre era jamonero (risas).

¿Qué es lo que más le atrae de dinamitar géneros?
—Creo que más bien convivo con ellos, es algo que fluye en mi forma de ser. No me gusta romper nada.

Con tanto renovador del flamenco, ¿lo más revolucionario no sería hacer flamenco puro y duro?
—Yo soy flamenca, no trato de separar la tradición de nada. Me gusta pensar que no hago fusión de músicas, sino de músicos, porque trato de combinar con personas. Al final, el artista tiene que ser honesto consigo mismo y hacer las cosas desde su verdad. Como te decía, independientemente de mi búsqueda artística, soy muy tradicional.

¿Y por qué crees que los guardianes de las esencias flamencas demuestran tanta inquina hacia renovadores del género como tú?
—Porque es muy difícil no tener miedo, ni prejuicios ante lo desconocido. Lo vemos en la sociedad. Les entiendo e incluso podría empatizar, pero creo que el flamenco es muy poderoso y está tan vivo porque siempre está en crecimiento.

¿Le preocupa que se hable más de usted como personaje que como artista?
—No, para nada, tengo súper asumido que puedo o no gustar. Eso sí, no me gusta la falta de respeto.

Hay artistas a los que se les pide que inventen la pólvora en cada disco. ¿Nota esa presión?
—Cuando termino un proyecto me invade una sensación de vacío, por eso necesito ponerme con nuevas canciones enseguida, para llenar ese vacío y sentirme estimulada.

¿Qué tal lleva las críticas, las buenas y las otras?
—Intento estar al margen, ni unas ni otras son reales, hay que quedarse con la opinión de la gente que me quiere y me conoce, aunque tampoco soy de las que se quedan con las opiniones que me regalan el oído.