El mito ‘Guns and Roses' se gestó mediada la década de los ochenta, impulsado por dos muchachos inquietos que, a falta de ideas, bautizaron su proyecto con sus propios apellidos. De ese modo, Tracii Guns y Axl Rose colocaban la primera piedra de un fenómeno con cuerpo de rock y visos de leyenda, nacía Guns n' Roses. Y como todas las leyendas vivió unos inicios tortuosos, teñidos de frustración, la que sobreviene cuando el éxito se muestra esquivo. Se mascaba el fin de un proyecto que apenas había echado a rodar. Ante la ausencia de oportunidades y fruto de divergencias internas, los caminos de Tracii y Axl se bifurcaron. El primero retomó su anterior proyecto, L.A. Guns, una formidable banda de escasa resonancia en España, pero que degustó un buen trozo del pastel del hard rock en los países de lengua inglesa.
A Axl le tocó el gordo, su huella musical es tan innegable como imborrable, rastreable de Los Ángeles a Hanoi y de Londres a Buenos Aires. Junto a Izzy Stradlin, Duff ‘Rose' McKagan, Steven Adler y el hombre de la melena impenetrable, Slash Hudson, firmaron álbumes que despacharon millones de copias y ganaron dinero hasta empacharse de ego. El ego, que siempre lo echa todo a perder, precipitó su separación. Antes ya habían dejado muestras de su declive físico y musical en una gira salpicada de problemas.
Las diferencias entre Axl y Slash, combinadas con el consumo desmedido de alcohol y drogas (algo que, por otra parte, forma parte del manual del buen rockero) finiquitaron la banda. Para los anales han quedado álbumes como Lies, Appetitte for destruction y el doble Use Your Illusion, auténticos faros generacionales, hogar de himnos como Sweet Child O'Mine, Paradise City o Patience, evangelios a cuya estela se crearon un buen puñado de bandas, pero eso es otra historia.
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