El escritor Agustín Fernández Mallo posa para esta entrevista. | Pere Bota

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Una pareja de turistas llega a Venecia y, sin saberlo, se encuentra envuelta en una trama que les supera: alguien, un desconocido, ha elegido que serán los «sobrevivientes» del mundo, una suerte de Adán y Eva. No se trata de la sinopsis de una película de Hitchcok sino del argumento de El libro de todos los amores (Seix Barral), la nueva novela de Agustín Fernández Mallo (1967). La presentará esta tarde, a las 19.30 horas, en La Biblioteca de Babel (Palma).

Los primeros síntomas de que se acerca el Gran Apagón es que en la plaza San Marcos empiezan a emerger una especie de bolsas o zonas invisibles que provocan que quienes se adentran en ellas dejen de percibir olores y sonidos e incluso causan ceguera. «Es una alegoría de cómo la supuesta falta de amor que hay en el mundo va borrando el propio mundo, pues si falta el amor no puedes sentir nada», apunta.

Mercados

El amor es, efectivamente, el tema y motor principal de la novela, aunque más bien es el amor en todas sus niveles o perspectivas. «El libro plantea que en la sociedad contemporánea ya no existe solamente el amor cortés o romántico, sino que se va configurando adaptándose a los mercados. Por ejemplo, el emocapitalismo se refiere a cómo el capitalismo utiliza nuestras emociones para ofrecernos algo y luego vendérnoslo. El amor está más mercantilizado que nunca».

Portada de ‘El libro de todos los amores'.

En este sentido, el escritor, nacido en La Coruña, pero afincado en Palma desde hace muchos años,    insiste en que El libro de todos los amores «es una novela, no un tratado antropológico y sociológico del amor», si bien se nutre de «microamores que detecto en mi entorno o detalles que puedo relacionar con el amor» en un formato híbrido que mezcla ensayo, poesía y ficción. Para Fernández Mallo, todo es susceptible de tomar un «cariz amoroso». En este sentido, avisa de que «hay una inflación de amor que puede llegar a ser contraproducente». «No olvidemos que por amor al prójimo se han llevado a cabo las mayores aberraciones de la historia o, por supuesto amor, a una persona se la maltrata. Es una palabra devaluada por el uso. Ahora, por ejemplo, está de moda decir ‘te amo'. Se dice ‘amo este libro', ‘amo a mi tierra' o ‘amo a los animales'. ¿Cómo se puede amar eso? En todo caso será que te gustan o te hacen sentir bien. Al final, lo que explica todo explica nada», afirma.

Ficción

El autor de aclamados títulos como    Proyecto Nocilla (2013) y Trilogía de la guerra(Premio Biblioteca Breve 2018), defiende que la ficción, lejos de huir de la realidad, la ayuda a emerger y a «hacernos ser como queremos ser, pero no podemos». «En la ficción no nos ponemos una máscara, sino que nos la quitamos. Es imposible matar en una novela o ser Atila en una película sin previamente haber deseado matar o tiranizar a alguien tal como lo hizo Atila. De ahí que la fantasía, si está bien hecha, informa de la realidad, de cómo eres», matiza.

Además de la trama hitchcockiana con destellos de Stephen King, cuenta que muchos lectores le han comentado que hay una «parte gótica o de literatura fantástica». Sobre esta cuestión, puntualiza que «no hay que olvidar que la novela es el reino de la fantasía y toda novela ha de partir de la realidad». El libro de todos los amores está repleto de elementos fantásticos, como la bola de cristal «nómada, que genera un circuito a medida que la protagonista la va transportando» o la esfera de vinilo, que es donde se halla la clave del fin del mundo.

Este revelador objeto ya se presenta en la portada, ilustrada con una fotografía que reproduce la famosa escultura Psique reanimada por el beso del amor, también conocida como Eros y Psique, del autor neoclásico Antonio Canova. Las dos imágenes concentran la esencia de El libro de todos los amores. Por una parte, simboliza la «peripecia» de los protagonistas, una escritora que trabaja en un ensayo sobre el amor y un profesor de Latín que disfruta de un año sabático para terminar un diccionario de latín antiguo.

Por la otra parte, refleja una idea que envuelve la novela: «El fin del mundo está escrito en una esfera de vinilo que a su vez son millones de vinilos. No está en un dispositivo de última tecnología, en un lugar de servidores llenos de megabytes». «Me gustaba el planteamiento no tanto del fin del mundo como la emergencia de uno nuevo. Y está escrito, o mejor dicho grabado, en algo básico y analógico como un vinilo. Por decirlo de otro modo, el fin del mundo estaría más en el fuego primordial que no en el aire acondicionado», propone.

Con todo, Fernández Mallo aclara que ni él ni el libro son apocalípticos. De hecho, asegura que «me parece imposible pensar en un fin del mundo. Quien cree que existe el fin del mundo cree que existe un principio. No soy creacionista, soy evolucionista. El apocalipsis es un cuento de hadas y bíblico. Son formas de atemorizar a las personas porque, cuando lo consigues, las puedes controlar mejor».

Sea como fuere, el escritor ha creado un fin del mundo en el que la clave está en la música, en los sonidos, en los «surcos o microsurcos» presentes en todo ente, «desde el hocico de un perro hasta la piel o la superficie de una roca». «El ruido es la música que aún no entendemos», se dice en alguna página. Tal vez la clave sea «encontrar la aguja adecuada para hacer sonar estos surcos. Y, si la encontráramos, podríamos oír la música del mundo».