En 2007 inauguró el Premio Nacional de Cómic con una obra de largo y pomposo título, Hechos, dichos, ocurrencias y andanzas de Bardín el Superrealista y, hace unos meses, Francesc Capdevila ‘Max' se alzaba con otro galardón recién inaugurado, el Premi Finestres de Còmic en Català, con su título más corto: Què. Lo presentará, tras una gira por Cataluña, en la librería Rata Corner de Palma el próximo 23 de marzo. El 13 de abril saldrá en castellano con el sello Salamandra Graphic.
En la contraportada se define este libro como una obra de teatro gráfico. —A lo largo de los años se ha hablado de tebeos, de cómics y finalmente de novela gráfica… A mí personalmente me da igual cómo lo llamen, en cualquier caso yo trato de hacer algo diferente. Mientras trabajaba en él me daba cuenta de que es puro teatro y, ya que hablamos de novela gráfica, pensé que podía inaugurar este nuevo género. Lo llamo teatro gráfico porque está todo dialogado y porque el punto de vista de todo el libro es siempre el mismo, es un plano fijo por el que se mueven diferentes personajes y el lector siempre lo ve a la misma distancia. Igual ocurre con un espectador de teatro.
El protagonista se refiere a una «crónica de un viaje», es eso Què? —Sí, es la crónica de un viaje de un hombre, podríamos decir de mediana edad aunque en realidad su dibujo no tiene edad, que está viviendo una crisis existencial no sabemos muy bien por qué.
Y entonces le recomiendan que haga el camino de Santiago, pero él quiere ser más original y decide irse a Trapisonda. —No es que quiera ser más original. Es el típico tío rebotado y cabezón que siempre va a la contra de las opiniones mayoritarias. Si todo el mundo va a Santiago, él se irá justo en dirección contraria. Es un personaje que va a su bola.
¿Podría ser su alter ego? —Bueno, como creador también intento tomar caminos que no estén muy pisados.
En otro momento sugiere que emprende este viaje por aburrimiento. ¿No le parece atrevido hoy en día afirmar que uno está aburrido? —El aburrimiento tiene mala prensa, pero no está tan mal aburrirse. Puede que sea que me he aburrido poco en la vida y me apetece… La verdad es que el mundo de hoy en día es como para estar aburrido. No es que no dispongas de ocio suficiente, al revés, tienes tanto que casi se anula a sí mismo en cierto modo. Lo podríamos llamar malestar social, como hacen los sociólogos. Todo lo que está pasando es tan absurdo que no entiendo nada, todo me parece un disparate… Esa es la idea que preside el libro.
Sin embargo, en medio de todas las situaciones y personajes disparatados, se plantean reflexiones interesantes. —Sí, porque no es un disparate caótico sin pies ni cabeza, tiene un discurso de fondo, pero que no pretende dar lecciones. Yo no quiero dar lecciones ni soy nadie para darlas. Intento hacer libros entretenidos, divertidos y que hagan reflexionar, pero eso depende de cada lector. La única lección que doy en el libro es que hay que moverse y tirar adelante, a algún sitio.
¿El mundo le hace reír más que llorar? —Un poco de todo. Hay cosas bonitas y cosas que me enfadan. La intención del libro es mostrar algunos puntos actuales y reflejar lo que mucha gente siente, de que andamos perdidos y que las cosas van torcidas, pero no sabemos cómo corregirlas. Hay un desencanto general que, en algunas personas, deriva a la apatía y otras al activismo.
¿En su caso desemboca a esto úĺtimo? —En todo caso soy activista artístico.
El protagonista avisa que tanto discurso ha ahogado el arte. —En el arte contemporáneo ahora mismo prima el discurso por encima de la obra y esto no me convence nada. Cuando quieres que tenga el protagonismo el discurso, la obra se queda pobre y floja porque está hecha en función de un discurso. Mi proceso es a la inversa: intento hacer obras sólidas a partir de las cuales nazca un discurso, pero nunca hay un discurso previo o una lección.
¿No queremos que nos den lecciones? —La verdad es que no.
Titola es la voz interior del protagonista, que le acompaña en este recorrido. ¿Todos tenemos alguna? —Bueno, hay quienes tienen una o varias o incluso quien escucha voces y se ralla mucho. Creo que la voz interior siempre es parte de ti mismo. En este libro, aunque se llama Titola, es muy inocente, como un niño.
¿Por qué decidió llamarle así? —En Cataluña es una forma cariñosa de llamar al pene, en castellano se traducirá como pilila. Pensé que se daba un juego de palabras curioso, porque Titola es una titella y, además, siempre se dice que los hombres piensan desde la entrepierna. En todo caso, toda historia necesita un secundario, un personaje que le ayude o le putee, ya desde el Quijote y Sancho, en el caso de la novela, o el Gordo y el Flaco en cine. Necesitaba una pareja y me salió así.
Se ríe de muchos asuntos, como del fenómeno de los influencer o el lenguaje inclusivo. En este último punto hace poco estalló una fuerte polémica porque querían reescribir los libros de Roald Dahl, algo que muchos aseguraron que lleva tiempo sucediendo con otros muchos autores y creadores. —Antes no había una fuerza social pidiendo que fuera así, los libros se prohibían o se quemaban y punto. Ahora hay como un rollo bienintencionado que intenta suavizar estas cosas que me da muchísima rabia.
Se inventa una historia curiosa sobre una influencer y la expresión ‘etcétera'. —Se me ocurrió pensando en los influencers y en los jovencitos que están todo el día viviendo en la pantalla, en esa adición. Eso me llevó a las drogas y a inventarme una influencer que suministra drogas a través de memes. Es una historia que he llevado al límite y que resulta delirante, pero todo está basado en cosas que suceden de verdad, aunque yo las llevo al extremo de la caricatura. Y no en el buen sentido. Lo caricaturizo para mostrar lo estúpido que es todo.
En Què hay mucha ironía hacia los lletraferits. —Sí, en la solemnidad del lletraferit. Yo mismo procuro huir de todo eso. Hay pistas y hay aclaraciones al final del libro, pero, por ejemplo, el protagonista se encuentra con tres brujas que son las de Macbeth, de Shakespeare. No lo he explicado porque me parece que es algo de cultura general. Shakespeare suena a todo el mundo, pero no mucha gente ha leído Macbeth o sabe de qué trata. Se está perdiendo la riqueza cultural por la tontería de los memes.
¿La culpa la tiene internet? —No creo que internet sea malo per se, es una tecnología que cada uno puede usar como quiera. Hay poca gente que la sepa usar bien, pero la mayoría la usa de cualquier manera, para llenar el vacío en el que se ha convertido su vida y lo entiendo. Entiendo que muchos vean las pantallas como refugio de este mundo hostil, pero no me gusta y opino que se pierde una riqueza cultural en el sentido amplio, de abanico abierto de pensamiento.
¿El arte es su refugio? —Es uno de ellos, pero tengo otros, como la naturaleza. Me encanta ir a buscar setas o los pájaros. Como se suele decir en la cultura popular, que es tan culta como la que no es popular: no tienen que ponerse todos los huevos dentro del mismo cesto.
Al final de Què ofrece una reflexión sobre la muerte muy bonita: la muerte no es el final, es sólo un cambio de papeles. —Es bonita, pero a la vez tramposa. No es lo que pienso yo, sino que es un final que obedece a la lógica de la historia de ficción. Personalmente, no creo que haya nada después de la muerte, pero entiendo que es una necesidad humana creer en algo más de lo que vemos y tocamos cada día.
Con esta obra ha inaugurado otro premio, igual que ya hizo con el Premio Nacional de Cómic en 2007. ¿Sigue siendo el cómic un mundo desacomplejado? —Sí, sobre todo porque la última generación, formada sobre todo por mujeres, está siguiendo un camino muy desprejuiciado, libre, no comercial, es verdad… Porque en las artes rara vez coincide la comercialidad con la calidad.
¿Se considera un autor comercial? —No, pero tampoco soy muy experimental. Siempre he intentado estar en equilibrio entre ambos terrenos, algo que no siempre se ha dado. Ha habido momentos que he sido más comercial porque hay que vivir, claro.
¿En qué momento está ahora? ¿Què es más comercial o experimental? —Què es el resumen de lo que he experimentado los últimos dos años con Rey carbón y Fiuuu & Graac, ambos sin palabras y en blanco y negro, con una inyección de Bardín el superrealista, que era a color y con mucho humor y que fue el que ganó el Premio Nacional. Què es el resultado de hacer un paquete con los libros de mis últimos años.
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