En su charla, Gómez Pin pondrá ejemplos de algunos pensadores que sufrieron en sus propias carnes las consecuencias de su curiositas, como el caso de Plinio el Viejo que falleció por inhalación de gases tóxicos durante la erupción del Vesubio por «facilitar a huir a la gente porque era el responsable de las tropas romanas». Para el filósofo es un ejemplo de que «hay dos maneras de exponerse ante la niebla que nos amenaza, como el humo del volcán: huir o entrar al fondo de la misma». La del filósofo, como la de Plinio, es claramente la segunda.
Y es que «todo depende de la condición del ser humano, que es un animal de pensamiento, y por lo tanto la renuncia a él, a fertilizar y enriquecer el pensar o el lenguaje, es una renuncia a lo esencial de nuestra condición». No obstante, es consciente Gómez de que no es tarea sencilla: «Reflexionar siempre se ha defendido a alto precio». Si no, que se lo digan a Giordano Bruno, asesinado en la hoguera por defender sus ideas del cosmos y que es ejemplo de esta persecución: «Por mantener los ojos abiertos».
Nuestro presente, aunque la educación de tipo taylorista en la que la división del trabajo se ha implementado hasta el fondo en la formación académica, no le parece «especialmente malo» a Gómez, aunque matiza que «en todas las épocas ha habido que recordar que no obedecer cuesta». No obstante, «los problemas filosóficos de hoy son los mismos de siempre y sobre los que escribía Aristóteles», motivo que hace a la filosofía próxima. Según su opinión, son «armas distintas las que tenemos, pero los problemas son los mismos y distinta es la manera de abordarlos».
«Son problemas que nos conciernen a todos» y es deber del pensador «usar un lenguaje que todos puedan entender», lo que es «una apuesta antropológica pesonal», defiende Gómez que añade que «todos somos inteligentes en nuestros sueños y todos los niños disponen la curiosidad por saber, pero a veces la instrucción y la mala educación impide que se realicen esas potencialidades». Por ello, «creo que lúcido lo es todo el mundo y sí, la razón produce monstruos, pero la estupidez es peor y la filosofía exige, precisamente, lucidez», asegura Gómez.
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