La trama, ciertamente, es sorprendente, pero recuerda a la película Este muerto está muy vivo (Ted Kotcheff, 1989). En este sentido, Nyman reconoce que no ha visto el filme hasta después de escribir el libro, aunque varios lectores le habían señalado las similitudes. «Al fin y al cabo, la originalidad no existe», declara.
Relaciones
«Me interesaba relatar las relaciones maternofiliales y cómo se abordaba desde la literatura todo lo que tiene que ver con las relaciones de poder, algo que han hecho autoras como Samanta Schweblin o Ariana Harwicz. No tenía la voluntad de indagar en el thriller o en los parámetros del terror o lo policíaco. Luego se ha apodado con la etiqueta de thriller y no me parece mal, porque es verdad que hay algo de eso, aunque tal vez está un poco reformulado desde otro lugar y es casi accidental. Me atraía más el torrente de pensamiento de la protagonista que, al final, es una mujer que está hablando consigo misma», razona la autora, quien puntualiza que, en ese «torrente de pensamiento», no se establecen unos «parámetros de lo moral o categorías como correcto e incorrecto».
Por eso, Nyman se propone de nuevo, como hace con sus obras poéticas y teatrales, innovar en el lenguaje. «Aquí tiene sentido romper con el lenguaje porque quien habla es un cerebro roto, así que la gramática se desmonta», comenta.
Violencia
Sobre el hecho de que sea una mujer que mata a su pareja, un hombre, Nyman apunta que «si hubiera sido al revés no habría novela». «Ella es una mujer que ha padecido todo tipo de delirios del hombre, que la ha mareado mucho. El lector puede acceder a su mente para entender lo que ha ocurrido, asumiendo como reales sus fantasías y delirios», añade. Asimismo, puntualiza que «me fijo en cómo vive todo eso la mujer, no el hombre. Les hemos dado tanto voto a ellos que ya basta de hablar de ellos, es importante tener el otro testimonio que, en este caso, es el que más peso tiene».
Efectivamente, la narradora es la que habla en todo momento, la que, con ese interlocutor ausente, tiene la palabra sin posibilidad de interrupciones ni censuras. «Es una maraña de pensamientos intrincados que tenía en su mente en bruto y que acaban saliendo en esta especie de confesión al juez, aunque no va a ninguna parte porque él nunca responde. Es el eterno dilema de muchas mujeres: ocurren unos acontecimientos y podemos expresarnos, pero al final sufrimos una censura y un autosaboteo porque pensamos que lo que decimos no nos corresponde, que lo estamos hiperbolizando o tergiversando. Quería llevar a último término estos pensamientos embotados en su mente y que surgen como síntoma de otra cosa mucho más compleja».
Por otra parte, otro tema clave de Tener la carne es la relación entre madre e hija, que van «encadenando duelos y ausencias». Porque, de hecho, la madre es absorbente, una presencia agotadora incluso. Su padre, en cambio, es todo lo contrario. A ello se le suma, como avisa la propia autora, la ausencia del novio, Bruno.
«Ellas son una supervivientes, porque es la manera que tienen de poder cubrir el vacío y ese hueco que han dejado las personas que han huido o rehuido. De esta manera, casi están cosiendo un cordón umbilical entre las dos, como si no se hubieran separado nunca del todo. Como decía Mónica Ojeda en la reseña que aparece en la contraportada, madre e hija son un mismo monstruo, es un cuerpo de dos cabezas. Y es que un duelo no deja de ser eso: querer llenar el hueco tras la marcha de la persona y que deja una forma molesta e incómoda que notas en ti, es un hueco casi físico que tienes que rellenar con cosas», relata.
Ese intento de «rellenar ausencias» es lo que provoca, a su vez, la relación tan violenta que hay entre las dos. «Como no queda claro el límite, se da un vínculo muy confuso. Eso hace que se tengan que responsabilizar de los duelos de la otra», agrega.
Corporalidad
La corporalidad, como la innovación en el lenguaje, es también un tema recurrente en la obra de la mallorquina. Esos abandonos se traducen en los cuidados entre ambas e incluso hacia el cadáver, al que asean y limpian constantemente. «Al fin y al cabo, son mujeres que no han recibido cuidados por parte de las personas que han tenido cerca y que incluso las han tratado mal», opina.
Asimismo, la protagonista y narradora de esta novela tiene la necesidad de mimetizarse con lo que llama el enemigo, con la persona que se ha interpuesto en su relación amorosa. Por ello, la vigila e incluso va a su casa y se viste como ella, entrometiéndose como lo hizo en un primer momento ella «para conocerla hasta el hueso y entender cómo y por qué ha sido sustituida por otra, para comprender el remplazo de otro cuerpo».
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