Carlos Morell posa cerca de lo que fue su estudio en la calle Morei de Palma. | Jaume Morey

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El verano de 2006, Carlos Morell (Palma, 1957) viajó a China por primera vez junto a un amigo que ya había visitado el país asiático, quedando fascinado por su «dinamismo». Casi dieciocho años después, el mallorquín, que es profesor en la Shanghai Institute of Visual Arts (SIVA), se propone invitar a otros creadores mallorquines a la ciudad china para que ellos también descubran nuevas formas de ver el mundo. En octubre fue el turno de Luis Maraver, quien impartió clases en este centro.

¿Por qué decidió marcharse tan lejos?
—En aquella época, China se estaba abriendo al mundo, o eso parecía. Por aquellos tiempos, yo tenía un pequeño taller en una cochera de Can Oleza, en la calle Morei de Palma, donde intentaba sobrevivir como pintor… y como persona. Necesitaba un cambio radical en mi vida si quería darme a mí mismo una oportunidad relacionada con esa rara tradición familiar a la que intentaba desesperadamente dedicarme: la pintura. Lo de China empezó como una aventura muy limitada en el tiempo, una especie de vacación del tedio que me consumía. Hubo dos motivos para optar por China: el primero es que una hermana de mi abuela, la Archiduquesa Margarita Habsburgo Borbón estaba casada con Francesco María Tagliani, embajador de Italia en China entre 1937 y 1946. Ella siempre nos decía a mí y a mis hermanos que deberíamos ir a ese extraño país donde las montañas, los ríos y sus gentes eran amarillos. La otra razón fue la crisis personal que he mencionado antes, junto con mi carácter aventurero… y una frase de mi amigo Pepo: tienes que ir a China. Allí no te enterarás de nada.

¿Cómo consiguió entrar en la Universidad de Shanghái como docente?
—La primera vez que visité Shanghái fue en 2006, pero no me instalé allí definitivamente hasta Marzo de 2010. Durante esos años hice mis dos primeras exposiciones en China: Liu Haisu Art Museum y Shanghái Art Museum. Como consecuencia de esta última, en noviembre de 2009 fui invitado a integrarme en el Instituto de Artes Visuales de Shanghái como profesor honorario.

¿Son culturas tan diferentes como parece desde fuera?
—Son mucho más diferentes de lo que uno puede imaginar. Sus raíces culturales, la evolución de su sociedad, su lengua, su historia... En fin, todo es muy diferente a lo que estamos acostumbrados. Ni mejores, ni peores, simplemente diferentes. La filosofía china bebe de dos fuentes muy específicas definidas por sus dos grandes filósofos, Confucio y Lao Tzu. El primero dice que hemos de aprender de nuestros mayores, de su milenaria experiencia, y de su incuestionable sabiduría. Por el contrario, Lao Tzu predica que no importa lo que hagamos, el resultado siempre será el mismo. Estas dos ideas imperan en todos los niveles de la vida china, desde el ámbito familiar hasta la estructura piramidal de su sociedad. En pocas palabras, los occidentales somos muchísimo más complicados que ellos aunque ellos parezcan más complicados que nosotros. En general, son de carácter practico y directo. No viven en subjuntivo, como nosotros.

¿Y el arte?
—China es un país muy orgulloso de sus tradiciones y pasado. Su arte es muy apreciado y su cultura ancestral, venerada. Dicho esto, todavía falta mucho para que se integre dentro de un mundo culturalmente globalizado. Hay mucho trabajo que hacer en las dos direcciones. Sería bueno que en Occidente se conociera mejor el arte oriental y que oriente se abriera más al conocimiento del arte occidental o global. El mercado del arte, en ese sentido está muy limitado por esa falta de conocimiento. Hay dos tendencias que parecen radicalmente contradictorias. La China antigua es muy abstracta y la de después de la revolución, muy realista y social. A mí me gusta la China antigua y su imaginación sin límites.

Respecto al público, ¿se interesa más por el arte que en España?
—Últimamente el arte está de moda por estos lares. Por otro lado, que en Occidente pasa lo contrario y los artistas vuelven a ser parias incomprendidos, inútiles y muy poco apreciados por la sociedad. Las redes sociales e internet están haciendo mucho daño al arte. Ahora lo que está de moda es la inteligencia artificial. Estas cosas carecen de importancia, son temporales y circunstanciales. La máquina funciona con datos y el hombre con emociones. Por ahora no hay peligro de que el artista desaparezca. En China las instituciones apoyan mucho más a las nuevas generaciones de artistas. En Occidente parece que estamos cansados de tanto pintor o escultor.

Hace ocho años fundó con Jin Yilin el proyecto HuellArt, con el que invitan a mallorquines a China. En octubre fue Luis Maraver, ¿cómo valoran la experiencia?
—El objetivo de esta asociación sin ánimo de lucro es promocionar el arte español en China. Durante unos años organizamos clases y charlas sobre arte español. Más tarde, decidimos invitar a artistas españoles para promocionarlos en un lugar que tiene mucho futuro. El mejor sitio para empezar el proyecto era Mallorca, pues hay muchos buenos artistas luchando por sobrevivir en tiempos difíciles. Yo conocía y admiraba la obra de Maraver desde hacía mucho tiempo y a Natalia [Jin Yilin] le gustaba mucho lo que veía en las fotografías que le enseñaba. Reactivamos el proyecto tras la pandemia.

¿Ya tienen próximo invitado?
—Todavía no, porque es más difícil de lo que parece. Cuesta mucho encontrar un artista que, además de excepcional, tenga espíritu aventurero. Es un proyecto piloto en el que no solo tenemos que comprobar cómo responden en China, sino también cómo lo hacen en Mallorca. En el caso de Maraver, fue una experiencia maravillosa, pero hay que tener un sentido del humor un tanto especial para viajar a China.