El tiempo nos atraviesa a todos por igual, pero solo algunos le devuelven la mirada con la intención no tanto de asirlo, sino quizá de hacerlo valer, de comprenderlo si se es suficientemente oasado (o ingenuo) y de jugar con él de la misma manera que lo hace con nosotros. Juan Planas (Palma, 1956) es poeta, o lo que viene a ser lo mismo: un ojeador del detalle. El de Palma ha publicado Los instantes del tiempo, una recopilación de poemas que son momentos biográficos definidos.
¿Cómo surgen estos poemas?
—Surgieron entre Las piedras del águila y A la intemperie. Me gusta pensar que lo que escribo está relacionado entre sí una especie de tortuosa y agreste escalera que asciendo sin saber adónde me va a conducir. Lo único seguro: no hay marcha atrás
¿Cuál es la pretensión del libro?
—¿Pretensión? Ninguna. Tal y como marchan las cosas parece más fácil encontrar el reconocimiento de generaciones pasadas, ya fallecidas o silenciadas, que el de las futuras, que van camino de convertirse en absolutamente ágrafas, víctimas de la Inteligencia Artificial y las redes sociales. Con este libro me cansé de las largas que me dieron un par de editoriales y decidí sacarlo por mi cuenta. Creo que ya me he ganado este privilegio. Que me lea quien quiera.
El libro parece tener una mirada iracunda hacia la finitud.
—Creo que en otros de mis libros hablaba de mí en el mundo, de mi historia, y aquí hablo del mundo, las convenciones sociales, del ir y venir de los otros, del olvido filosófico de los grandes temas. Obviamente el mundo que veo me gusta cada día menos así que es posible que me irrite de vez en cuando.
¿Hay también un cierto fastidio por el tiempo a vivir tocado?
—Seguro. Quisiera hablar maravillas de lo que me rodea, pero no es posible. Nombrar el mundo sin esperar que suceda nada espectacular o milagroso es la única misión del poeta o del escritor que siempre he considerado de obligado cumplimiento.
Es un libro en el que las notas al pie son tan importantes como los poemas, ¿a qué se debe?
—Las notas son fundamentales para situar los poemas, aunque rompan su lectura. No es un libro para ser leído en voz alta sino para ser escrutado como si fuera el pergamino medio desleído, el plano de un tesoro que no creemos que exista.
¿Es la promesa de eternidad la mayor de las fantasías?
—Es el mayor y más hermoso de los sobornos.
¿Cómo es su trato con el otro?
—La experiencia de la otredad es, paradójicamente, la que conforma nuestra propia identidad a través del tiempo. Los otros, ya sean cielo o infierno (y creo que estamos de acuerdo en que suelen ser ambas cosas) son lo único que realmente tenemos. Deberíamos cuidarnos más y mejor los unos a los otros. Y viceversa.
¿Qué es la poesía para usted en este instante del tiempo?
—Siempre fue lo mismo. Un exorcismo de los demonios personales, una manera de superar contradicciones, la búsqueda del conocimiento, el discurso de la conciencia. Mi forma de vida, por sobre todas las cosas.
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