El escritor Miquel Rayó posa en el estudio de su casa en Palma. | Pilar Pellicer

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Desde los catorce años, Miquel Rayó (Palma, 1952) escribe un diario personal, por lo que se ha visto obligado a deshacerse de varios cuadernos para, literalmente, poder seguir adelante. Amante de la poesía china y japonesa, con multitud de antologías de haikus en su biblioteca personal, hace años le regalaron un cuaderno y decidió probar con este ambicioso y tradicional género lírico japonés que se propone, en muy pocos versos, reflejar la belleza de la contemplación de la naturaleza.
«En 1999 me regalaron un cuaderno de notas cuya portada rezaba ‘cien páginas para mil ideas'. Me recordó a volúmenes como ‘50 haikus de' o ‘los 100 mejores haikus de tal autor'. Empecé ese cuaderno el 31 de mayo de 1999 y todavía continúo escribiendo», cuenta el reconocido escritor, que recoge una selección de una setentena de esos poemas en Quadern de camp. Haikus del salobrar (El Gall). Lo presenta este miércoles a las 19.00 horas en Rata Corner junto a Miquel Àngel Lladó y Joan Mayol.

Método

«Mi método para trabajar la poesía es siempre llevar un cuaderno de campo», explica Rayó, que publicó el año pasado dos poemarios más: Aquí diu vent (Adia Edicions, 2023) y Del quadern d'Adam (El Gall Editor, 2023). En este sentido, el Salobrar de Campos es su «refugio emocional» y, en consecuencia, también literario. «Voy siempre que puedo. La semana pasada fui por la tarde porque hacía demasiado sol y me encontré por el camino un pequeño corriol, un pájaro típico de las zonas húmedas, que iba dando saltitos. Deduje que significaba que tenía un nido cerca y, efectivamente, encontré un huevo solitario encima de la arena. Fui con mucho cuidado para no molestar ni ponerlo en peligro, pero me di cuenta de que era cuestión de tiempo de que pasaran otras personas, caballistas o ciclistas. Y así fue. Por desgracia, ese huevo estaba condenado a perderse, a no nacer. Cada vez que camino me encuentro con algo nuevo y en este libro me he propuesto contarlo a través de esta forma poética japonesa que se identifica con la observación de lo que pasa, de paisajes y de pequeñas y grandes cosas, desde una flor hasta una tormenta».

«Muchos practicantes o autores de haiku japoneses eran budistas zen, porque la escritura de este tipo de poesía obliga a una concentración muy intensa. Convertir toda esa contemplación en una síntesis de pocos versos requiere una buena dosis de trabajo intelectual. La mentalidad occidental no trabaja de ese modo, tendemos más bien a la extensión, pero aquí se trata de expresar qué pasa aquí y ahora. Por eso es una experiencia similar a la de los monjes, tan concentrados en lo que ven que son capaces de evocar lo efímero. La verdadera práctica del haiku no se limita a versificar, sino a observar todo lo que sucede a su alrededor. Yo no soy zen, pero me gusta observar», cuenta.